jueves, 23 de mayo de 2019

Maldeojos. Infiltrados


Infiltrados
(Artículo publicado el sábado, 18 de mayo, en diarios del grupo Prensa Ibérica)

     Lo peor de una película de tensión es intuir su final. Lo peor de un concurso es conocer de antemano quién es el ganador. Lo malo de un programa es que veas uno y no tener gana de ver más porque sabes no sólo cómo se desarrollará sino que te puedes imaginar el final, por supuesto carente de intriga. Hablo de El jefe infiltrado, que volvió hace unas entregas a La Sexta el jueves por la noche. Si me apuran, te mantiene más alerta ¿Te lo vas a comer?, también en La Sexta, los miércoles, por ver a qué colegio, residencia, u hospital público va Alberto Chicote, se hace con los menús, y les saca los colores al equipo directivo por la calidad de la comida, por su elaboración, o por vaya usted a saber, que el cocinero parece un torillo embistiendo y no se rinde con facilidad. La otra noche le decía a Pablo Motos que se ha tirado los dos meses de grabación de estas nuevas entregas llorando porque ha visto lo que jamás podía imaginar.

     Lo malo de El jefe infiltrado es su matemático formato. Se presenta la empresa, el jefe o la jefa ve que hay secciones que no acaban de funcionar bien, y para conocerlas sin que nadie se lo cuente, el señor o la señora, los dueños del negocio, se transforman en otra persona para infiltrarse en su propia compañía y codearse con los trabajadores. Siempre es igual, lógico. Luego dan con un trabajador, que tampoco depara sorpresas. Tiene sus vicios, sus malos modos, su intransigencia, incluso se ha desviado tanto del sello de la marca que su jefe se siente tentado a echarlo, pero en el fondo es un tipo de primera. Luego viene la charla personal, las lágrimas, y luego, ya en el despacho, la revelación, “soy tu jefe”, la regañina, y el premio por ser tan buen trabajador. Siempre igual.

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