miércoles, 22 de mayo de 2013

Maldeojos. Canal Moncloa



Canal Moncloa

      No teníamos bastante, y parió La Moncloa. Con un canal propio. O parió Mariano, que se ha fabricado un canal para que no perdamos detalle de lo que hace, dice, a quién recibe, qué medallas pone, o qué besos da a sus ministras, por si TVE se despista un día y deja al pueblo sin la amada actividad de Nuestro Timonel, que se desvive por nuestra causa. He entrado en ese canal vía Youtube, ese saco donde lo mismo te encuentras al mendrugo que se hace popular con un vídeo casero dando mamporros a los gatos, la penúltima versión del Gangnam Style, o a Mariano Rajoy con la sonrisa del tío que sabe moverse en cualquier circunstancia, lugar, y ocasión. Me encanta el Rajoy de la tele monclovita. A él, seguro que también. No hay protestas, ni añadidos, ni disidencias, ni vídeos manipulados, ni preguntas, ni el oponente de turno tocándole el pelo. 

      El pelo. El canal Moncloa emite un NO-DO a la semana, tiempo suficiente para ver la calidad del teñido del presidente, o del presidente teñido. Una semana está en su apogeo y su tupé de registrador de la propiedad luce negro como el azabache, o como su alma impasible, y a las dos siguientes, humano, un chisporroteo de canas asoma pidiendo a gritos que hagan algo. Aún así, con estas concesiones a su probable, aunque no segura humanidad, Mariano Rajoy parece un estadista de frenética actividad. Pisotea el jardín de palacio, sonríe con la mundanidad que le caracteriza como anfitrión, sube de dos en dos la escalinata de la entrada, se aturulla leyendo lo que le ponen, abre los ojos con el desnortado espanto que conocemos, le hacen montajes con sus mejores momentos… Pues ni así transmite confianza, ni seguridad, ni fe ni esperanza. Ni caridad. Ni piedad. 

Mariano Rajoy en las escalinatas de La Moncloa, el palacio mágico desde donde, pase lo que pase, y habite quien lo habite, todo se ve bien. De hecho, el presidente actual dice que está contento con la situación que vive el país, y que vamos por el buen camino, ya saben, el de la sensatez y el sentido común, caros conceptos de tipo mántrico a los que alude cada tres minutos el monclovita.



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