martes, 14 de mayo de 2013

De aquella riada a este esplendor

     

      Hacia mediados de marzo de este año, el río Genil a su paso por el pueblo anegó choperas y sembrados, y la vega se convirtió en una laguna encrespada por las turbulencias de la corriente. Hacía tiempo que el río no había mostrado su potente vigor. La riada volvió a recordarnos las de la infancia, que los años han convertido en míticas. La gente de las calles lindantes al cauce del río cogía sus pertenencias, gallinas, sillas, colchones, y chiquillos, y pasaban la noche en la casa de familiares que vivían en la parte alta del pueblo, incluso los más exagerados disponían los mulos para marcharse a los cortijos de las afueras.

      La de este año ha sido bíblica, y las oleadas llegaban a los tabiques de las casas que dan a la vega, aunque no hizo más destrozos que encharcar sembrados que no necesitaban tanta agua. Ahora, cuando han pasado unos meses, no sólo el río volvió a su cauce sino que el campo ha recobrado su pujanza animado por una primavera que ha llegado rabiosa y explosiva, con una fuerza y belleza que sólo consigue cuando la tierra está satisfecha y esponjada. Lo más visible de esta vitalidad verde en el pueblo se nota en las choperas que lo rodean.

      Tengo preparada una entrega dedicada a los efectos de la luz dentro de estos bosques con una apariencia exterior que nada tiene que ver con las oscuridades del interior, pero esa luz filtrada por ramas, hojas, y troncos, la veremos en unos días. Para la entrada de hoy salí a la vega y traté de colocarme en los mismos sitios desde los que hice las fotos de la riada para comparar la imagen de ayer con la imagen de hoy. Las fotos se explican por sí mismas. Aquí están.

Esta imagen está tomada desde la calle Mirasol, en el Barrio, es decir, imagen tomada mirando al río. La vega ha desaparecido, y el agua entró en las choperas.


Así es como aparece hoy el mismo sitio, pero visto al revés, es decir, desde la vega hacia el pueblo, con la calle Mirasol al fondo.

Sembrados, choperas, todo quedó bajo las aguas, convirtiendo la vega en una especie de laguna casi navegable.

Así está hoy el mismo lugar. Cada cosa en su sitio. La tierra, sembrada. Y con las primeras cosechas en marcha. La masa verde de los chopos, alzándose con la elegancia y contundencia de un bosque que parece impenetrable, y el río, al fondo, sin verse, siguiendo su cauce.

Aquella pared gris, seca, como de juncos grandes, reflejada en el agua, es hoy...

...una invitación al misterio. Dentro, algunos terrores infantiles tuvieron lugar. Los troncos se han llenado de vida, y entre todos han conseguido esta otra pared que parece pedirte en silencio que la penetres para pasar a un interior donde todo puede ser posible.

Las aguas lamieron el tabique trasero de las casas que dan a la vega, y el pueblo parecía un pueblo de la costa, o rodeado por una laguna batida por pequeñas olas.

Imagen actual. La tierra ya está preparada para ser sembrada. Y en los patios traseros de las viviendas ya se ven pequeños huertos y árboles frutales. Todo está en orden.

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