Sanna Marin
(Artículo publicado el sábado, 14 de diciembre, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Finlandia está
allí, arriba del mundo, un mundo que se intuye frío, gélido, y del que por aquí
apenas conocemos nada, o muy poco. No está en la agenda, no es un quita sueños
como el cañón verbenero de Reino Unido liderado por el pelirrojo Boris Johnson –dios, qué tendrá ese
pelo-. ¿Quién sabe cómo va la cosa política en Finlandia? Siendo de la UE es
como si fuera Namibia. Las teles no hablan de Finlandia en el sumario de nada,
ni de informativos ni de magacines ni de documentales. Eso sí, nos suena algo
de que en Finlandia, cuando se dan estadísticas, ocupa uno de los lugares de
privilegio si se habla de su estado de bienestar o de la corrupción,
considerada como algo residual, es decir, que la corrupción institucional,
política, es de las más bajas del mundo. No está mal que de tu país se sepa
esto, aunque sólo se sepa esto. Hasta que una cara joven, un rostro sin duda de
por ahí arriba, de ojos azules y modales suaves, ha entrado en casa.
Es Sanna Marin, la primera ministra más
joven del mundo, y desde luego de su país. Con ese titular ha irrumpido de
golpe en los contenidos de nuestros medios, eso sí, un chispazo que apenas duró
un día, barrido por la cafetera hirviente de la política patria, con ese ir y
venir de políticos en romería a la Zarzuela en la ronda real por ver si ahora
es la buena. Pues bien, Sanna Marin es algo más que una gobernanta joven, de 34
años, socialdemócrata y jefa de un Gobierno donde las mujeres son mayoría.
Sanna, familia humilde y con pocos recursos, de firmes convicciones
ecologistas, da las gracias al sistema público educativo finlandés y a su
“sólido estado de bienestar”. Sanna es algo más que una dirigente política, es
un faro al que debería mirar esta Europa a la deriva.
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