Promesas de arena
(Artículo publicado el domingo, 29 de diciembre, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Seguro que les
suena de algo el titular. Puede ser el nombre de una novela, Promesas de arena,
de Laura Garzón, o el nombre de una serie, Promesas de arena, que finalizó hace dos
lunes en La 1 con mucha pena y poca gloria. He dejado a propósito pasar
capítulo tras capítulo de la serie porque estaba en un sin vivir, en un tris,
eso de no saber si echar mano del abrigo o del bañador. Miren, las caras de Andrea Duro, la protagonista del
folletín, no han ayudado mucho, o sí, para echarse al monte. “Order, order”,
como diría John Bercow, el ex presidente
del parlamento británico, pero sin la mala hostia y guasa que se gasta el
menda. Vayamos por partes, por orden. Promesas
de arena se desarrolla en el libro en Israel, según leo en Wikipedia, pero
aquí nos interesa la serie, y en la serie la cosa se vive en Libia, en un
hospital dirigido por la cooperación española en manos de la ONG Acción Global.
Es un lugar atractivo y peligroso, sobre todo para quien llega de un país
cómodo como el nuestro y tiene el corazón fácil. O sea, conflicto amoroso y
terrorismo de islamistas endemoniados, tráfico de armas y nativos que son tan
guapos como sucia y oscura su alma, y tensiones personales que genera el deseo
y el amor. Más o menos. Además, qué más da. No habrá segunda temporada de Promesas de arena, así que si te vi, no
me acuerdo. El guapo oficial es el malo, un malote de esos que saben a donjuán
de playa, un tal Francesco Arca,
italiano que concursó en la versión de allí de Mujeres y hombres y viceversa, en La granja, o en Pekin exprés,
es decir, un experto en programas basura, en televisión de poca monta, vulgares
y necios. Hace de Hayzam en Promesas de arena, y en las redes se
decía “es un borde, pero está buenísimo”. Ya está. Lo demás, un disparate. Los
trucos y giros de guión, ruinosos. Los efectos especiales, de risa. Andrea y
Francesco, tal para cual. Y así todo. No importa. El trago ya pasó. Y aquí
hablo de Promesas de arena porque el
titular me mola. Se acabó.
España nos roba
Pero además de
esas promesas en este final y comienzo de año hay otras que son de arena y se las lleva el viento, como adelgazar,
gastar menos, consumir menos agua, no pecar para que dios no mate otro gatito
indefenso, no ver otra larguísima edición de Gran Hermano –en realidad, las marcas han obrado el milagro de su
muerte retirando en bloque la publicidad, el único lenguaje, el del dinero, que
entiende Paolo Vasile-, no creerme
los lloros de Adara, la ganadora, madre
mía, madre mía, dice la mujer todo el rato con las manos en la frente como una
actriz antigua, no cabrearme ni tomarme en serio cuando vea a Inda, no hacer cuentas de lo que diga
nadie al que presenten como “periodista de Ok Diario”, tomarme a broma, pero
con miedo, los disparates de la gente de Vox, no sé, prometer con la solemnidad
debida que no me afecta nada enterarme de que Milagros Jiménez, conocida como Mila en el submundo, en realidad es
la que ha ganado lo de Gran Hermano,
ha ganado más dinero que la ganadora del concurso, la mentada Adara. Frente a
las migajas de esta chica, la suculencia bancaria de Milagros. Nada menos,
calculan, que cerca de 350.000 euros en unos meses. Es decir, más que la gente
que se dedica a la investigación del cáncer en un puto año, más que la
profesora de tu hijo, más que tu médico de cabecera, más que los hombres y
mujeres que cuidan a las personas mayores, coño, más que el presidente del
Gobierno, en funciones, a pleno rendimiento, o mediopensionista. Y sin duda,
más que usted, salvo que sea un Jordi Pujol, Jordi Pujol i Solei, ex presidente catalán, uno de los tantos que
ponía la vena de María Patiño hasta
el culo de gorda gritando que “España nos roba” y ahora se entera uno de que
era él quien robaba porque no tributó a Hacienda un puñado de billetes que
ronda el millón, ay, pero la cosa ha prescrito. Bien, prometo sobre la arena de
esta rabia tonta que no me tiraré al tren y seguiré como si tal cosa con la
vida.
Cachitos
En el Masterchef de los chiquillos, que empezó
el lunes –aún no hay Masterchef de rubios,
Masterchef de doctoras, Masterchef de quinquis, Masterchef de peluqueras, pero nunca es
tarde- me entero de que hay una nena que tiene un truco infalible para que todo
salga bien, rezar antes de empezar. Pero esta redicha no tiene las habilidades
del resto, que son pura exhibición de mocosos que tocan el piano, que han
escrito un par de libros y están con su primera novela, que tienen un canal en
Youtube , que hacen los muy jodidos esferificaciones –palabreja más abultada
que su escaso metro y pico-, o un gazpacho andaluz siendo catalán –hala, Quim Torra i Pla, tómate esa- que no se
lo salta una liebre y además tienen como artista de cabecera a Paco Martínez Soria y recitan de
carrerilla sus obras completas. Suficiente. Ahora entiendo por qué me desconecté
de Masterchef como se desconecta uno
de un amor tóxico, sea el que sea. Los monos, ni en la feria. Raro que es uno. Así
que prometo sobre la arena de esta pieza no volver a ver un programa de este
formato. Dicho queda. Y no creo que la promesa se la lleve el viento, que para
estas cosas soy muy estricto. Nada que ver con los veletas que manejan
Atresmedia, que vuelven una y una vez a las andadas. Como por ejemplo, La isla –un Supervivientes a lo bestia-, que amenaza con instalarse en La
Sexta, nada menos que en La Sexta. Lo bueno, que lo tiene, es que no lo
presentará como la otra vez Pedro García
Aguado -Hermano mayor, Cazadores de troll- porque, ay, pillín, diste
el salto a la política como director general de Juventud de la Comunidad de Madrid en
los mullidos colchones del PP, Ciudadanos, y Vox, droga dura, colega. Otra cosa
que sí prometo, y a ciegas, sin saber el menú, es que dentro de un par de días,
cuando las teles ofrezcan sus menús caducos, sus mascaradas musicales, cuando
despidan un año y abracen el nuevo con sus pamplinas, servidor y un grupito de
serenos escépticos, de ver algo será lo único potable, Cachitos de hierro y cromo en La 2. Va por ustedes. Buena entrada
de año.
La chispa
Álvaro Morte
Es lógico que La casa de papel, protagonizada por el
estupendo Álvaro Morte como El profesor, vaya subiendo puestos cada vez más
altos en la escalada del éxito. Lo último, que no es poco, ocupar, según el The
New York Times, el puesto veinte en un listado de las mejores series
internacionales de la década. El salto de Antena 3 a Netflix hizo de la
creación de Álex Pina un bombazo mundial que ya mismo estrena su cuarta
temporada.
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