La noche no es buena
(Artículo publicado el domingo, 22 de diciembre, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Que no me vengan
con polladas. Una Nochebuena donde se junten Bertín Osborne y la sardesca y maleducada Paz Padilla no puede ser buena. Su verborrea macarra y vulgar provocarían
en Isabel Preysler, la esfinge
atirantada, la geisha de porcelana, pústulas y grietas como un secarral
africano. Quita, quita. Para mí, esa mezcla es peor que un cataclismo sin
aviso, peor que castigarme con una cinta interminable donde se ve una y otra
vez el cachete brutal y las uñas ordinarias de Rosalía tra, tra. Pues justo esa es la sentencia que ha dictado el
sádico Paolo Vasile para la
programación de la cena del 24, cuando este país entra en trance y se reúne en
familia. O no. Si a la mesa, como digo, además de los mentados, se sienta Omar Montes la cosa no tiene remedio –juro
ante un capítulo, cualquiera de ellos, de la nueva Merlí, sapere aude, que he pinchado uno de sus videos, que he
respirado con calma como cuando estás a punto de soponcio y tienes que
tranquilizarte, y he escuchado lo que hace este chico, pero por mucho que lo he
intentado no he pasado de los primeros segundos porque un escalofrío de náusea
densa me ha sacudido, dios, ¿quién es capaz de soportar esas letras chungas, su
voz atascada, gangosa, macarra, ese chándal y esas zapatillas carísimas de ir
al súper el sábado y esa gorrita de gañán de barrio?-. Decía que la noche no es
buena si la oferta en la tele es esa. Esa y el discurso real. Es todo un
clásico que, como sabemos, nadie ve ni escucha, y hay que esperar al día
siguiente para que los informativos se vuelvan locos y lo desmenucen –paro,
gobernabilidad, unidad de España- como se aprovecha y se trocea un cochino, del
que todo vale. Lo que me gusta de este formato anual no es lo que se ve sino lo
que rodea al actor, las luces, el trasiego de técnicos, los ensayos con la
maestra periodista que comparte piso y cama con el señor, el maquillaje, el
momento de la grabación, las repeticiones, los sutiles pero enfáticos trávelin
sin llegar al primer plano, tan irreverente. Urge un cómo se hizo el discurso
real para los no monárquicos.
La corona
Ahora, cada vez
que escuche a Felipe VI en su discurso
de navidad no podré olvidarme de la monarquía que abrió la veda, y no por gusto
sino por supervivencia, pensando que era lo mejor para la corona. Fue Isabel II, estirada, encapsulada en su
orla secular, ajena al mundo, la primera que lo hizo. Un artículo de los que
provocan incendios, de los que escuecen, escrito contra ella meses antes por el
editor de National and English Review, lord Altrinchman, fue el detonante. Escribió que Isabel era fría,
alejada de la calle, sin sentimientos. La reina, conmocionada, perpleja, lo
recibió en audiencia privada, que no se reconoció en aquel momento, e hizo suya
la sugerencia del crítico, que le aconsejó que el discurso navideño fuera
televisado para dar imagen de cercanía. Era 1957, y de ser un ogro, lord
Altrinchman fue considerado con el tiempo uno de los salvadores de la corona británica.
Claro que el núcleo duro de los monárquicos tradicionalistas vio en ese gesto
todo lo contrario, es decir, una claudicación, una derrota, que la monarquía,
con la reina a la cabeza, dejaba el halo sagrado y la familia real se convertía
en una familia normal, es decir, vulgar. La monarquía no me fascina, pero The Crown, en Netflix, de la que cojo
estos datos, me tiene pillado, y Claire
Foy, la reina, más. Qué gran serie, qué gran trabajo, qué monumental
producción. ¿Es Felipe VI vulgar por salir en la tele? No, pero los tiempos
monárquicos están tan medidos como hace la reina de corazones, de nuevo ¿Isabel
Preysler o su heredera, Tamara Falcó?,
que los maneja con maestría y eligiendo no sólo cuánto sino dónde y cómo. Si
viéramos cada día al monarca en la tele acabaría siendo como un anodino
tertuliano, como un chabacano concursante de Gran hermano. Eso ya lo sabían en la corte isabelina hace más de 60
años.
El del tambor
Tampoco sería
moco de pavo, o pava, una cena como las de Ven
a cenar conmigo, con su chorrada final de Gourmet edition, que hay que tener valor para decir que una cena es
de alto nivel si en ella está, bueno, cualquier comensal elegido por Telecinco.
La última edición de esta fábrica de horrores contó, que yo lo vi, con una tal Cósima Ramirez. Ni se altere. Si no se
habla de papá y mamá, la nena no es nada. Así que al Cósima este hay que añadir
la coletilla, es decir, que es la hija de Agatha
Ruiz de la Pava y de Pedro José
Ramírez, que por cierto, encontró hueco como tertuliano en Los desayunos de La 1, donde, como aquel
que fue a hablar de su libro, él mete todo el rato el nombre del digital que
dirige. Bien. Escuchando a la Cósima uno entiende que sí, que la palabra pija puede
hablar de miembro viril –vaya pija tiene el tío- y también, según la Rae, de
quien por “su vestuario, modales, y lenguaje, manifiesta muy afectada gustos
propios de una clase social adinerada”. Y ya puestos, sin salir de la órbita de
Mediaset, ni de coña cenaba yo con el chiquillo del tambor nazareno que ha
ganado la quinta edición de los talentos de Telecinco, por allí te la hinco,
por dios, sólo faltaba eso, que entre langostino y gamba compañera tuviera en
la oreja al nene dando porrazos. Que lo disfrute el papa de Roma, que lo
recibirá en audiencia. Se ve que Francisco
es un santo. No así el ultra diputado murciano, Francisco Carrera, que ve conejos -¿comestibles?- en vez de hijos
si la madre es soltera. En serio, ¿qué toma esta gente? Y otra cosa, ¿de verdad
tomando gulas, tal como vemos en el anuncio de Roberto Leal, se alcanza la felicidad, la familia ideal, y dejas de
sentirte solo? TVE propone Telepasión,
también con Roberto, pero sin gulas. Y por fin, Carlos Arguiñano, sobre lo mismo. Al final de su programa de cocina
recordaba el jueves a la gente que está sola no por gusto y a los ayuntamientos
que la noche del 24 celebran cenas para paliar su soledad, y un cierto aire a
cena triste, de buenas intenciones pero devastadores efectos, traspasó la
pantalla. A ver si es que seguimos sobrevalorando la Nochebuena.
La chispa
Jesús Mosquera
Viene del mundo
del fútbol, y ahí tendría que haberse quedado. Desde luego el de la cámara, por
ahora, le queda lejos a Jesús Mosquera, que ha protagonizado por su cuerpo y
sólo por su cuerpo un bodrio sin sentido como Toy boy, que esta semana, al fin, para no hacer más pupa, llegó a
su final en Antena 3. A la altura de su ineptitud, y con nula vocalización,
estaba María Pedraza. ¿A nadie se le cae la cara en Atresmedia?
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