Vaya semanita
(Artículo publicado el domingo, 27 de octubre, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
La semana
pasada, a eso de las 12 de la mañana, a las 12 y 25 con exactitud, Albert Rivera subió al altillo que habían
levantado con algunas tablas en la Plaza de San Jaime de Barcelona rodeado por
una pequeña pero enfervorecida clientela. Lo hizo después de que Inés Arrimadas, esa señora que sabe
sonreír como si escupiera al mismo tiempo, caldeara el ambiente con una serie
de consignas que suenan a incendio y hastío. A nada. Eso ocurría en uno de los
huecos en que ahora los realizadores dividen la pantalla, y lo hacen hasta el
abuso. Abren tantas pantallitas que el espectador se pierde con estímulos tan
variados, moda que parece que llegó para quedarse. En otro hueco del especial
informativo de La Sexta presentado por Cristina
Villanueva la reportera contaba que la noche antes un grupo de radicales nacionalistas
y sin duda delincuentes había robado móviles de alta gama, y que los
empresarios, entre otros colectivos, estaban hasta el moño de abajo de vándalos
y pillos. El orador Rivera, al que a veces volvía el directo para escuchar su
arenga, tiene movimientos mecánicos, pinta de cuentachistes solemne, de
concursante aplicado de algún programa de televisión, y de vendedor ambulante
de crecepelo. Entre la semana pasada y esta que acaba ha viajado a Cataluña la
cremita de la política nacional, incluyendo a Pedro Sánchez, que visitó los hospitales donde se van recuperando los
policías heridos en los disturbios callejeros de Barcelona. Pero resulta llamativo
que de esa visita, además de los sanitarios protestones independentistas, en la
calle, a la puerta de los hospitales, con pancartas de rechazo al ogro español
o a voces en los pasillos como una corte maleducada de trabajadores ociosos, se
ha destacado en algunos magacines, y con pormenorizado primor, aspectos del
despliegue de seguridad presidencial. Sobresale el llamado maletín antibalas y
el subfusil de asalto, destacado en los reportajes de Espejo público y explicado con minuciosidad por el copresentador de
la revista matinal de Antena 3 Alfonso
Egea.
Quins collons
Cuando emitían
las imágenes a cámara ralentizada, un círculo blanco rodeaba el fusil del tipo
que, dentro del coche, viajaba junto al presidente, y otro círculo del mismo
color rodeaba el llamado maletín, un desplegable de urgencia con material
antibalas, por si los presidentes de Gobierno son atacados. Por cierto, un
coche tuneado hasta el delirio y al servicio no de Pedro Sánchez sino de
cualquier presidente que haya de viajar a zonas poco estables como ahora Cataluña.
Con dibujitos, como un cómic, contaban las gracias que tiene el coche. Además
de cristales y carrocería blindada, el auto puede expulsar, como salta el
piloto de un avión en apuros antes del desastre, las puertas para dejar
expedita la salida, y puede sofocar con chorros de espuma posibles fuegos que
rodearan al vehículo. Una monería. Como la del gag visual armado por TV3 que
está haciendo las delicias de los programas de humor y de las redes sociales.
Es el chiste ese en el que se ve a un señor llamar a una puerta, que al abrirse
muestra al alucinante presidente catalán Quim
Torra sentado en su despacho para ser informado de que el presidente
español no quiere hablar con él. Collons, suelta el liante Torra, deben de
tener cosas más importantes que hacer en días como este. La escena firmada por
TV3 es tan burda, tan zafia y disparatada, que las risas enlatadas se han
escuchado en la luna. Que el teatrillo se ha instalado en la política parece
claro. ¿Han visto lo de la Diputación Permanente del Congreso? Es aquel que
dice que de estos asientos, aunque sean de otras señorías, no nos levanta nadie
porque no nos da la gana y se habla de lo que me salga del pandero. No se
mueven los de VOX, que ocupan el sitio de Ciudadanos, y se habla de lo que le salga
del chichi a la hooligan Macarena Olona,
que tuvo su minuto de fama al ser expulsada de la sala por la presidenta del
Congreso, Maritxell Batet, que
recordó que aquello no era ni un plató ni el circo. Los del partido del tío de
la mula lo consiguieron, consiguieron tener sus minutos de gloria en
informativos y magacines.
Mingorrubio
El hervidero de
invitados de máximo cartel a los programas es incesante. Y les aseguro que la
cosa se está convirtiendo en un género en sí. Antes lo era, pero con las elecciones
a la vista, con lo de Cataluña, y en las últimas horas con lo del primo Frasquito sacado de su letargo eterno,
el asunto alcanza niveles de excitación y tiene visos de mercadillo. Vicente Vallés habló la otra noche en
su informativo de Antena 3 con el caballero de la barba española no en su faceta campechana capaz de hablar con
Trancas y Barrancas sino como el Santiago
Abascal que conocemos, aún más cachondo que el otro, y como tal soltó una
de sus bromas favoritas, “es evidente que no soy franquista”. Los ojos del
presentador, verdes como el trigo verde, casi crían hortalizas para el pisto
del almuerzo. El jueves por la mañana, y por accidente, casi siempre que veo a Ana Rosa Quintana es por accidente, no
sólo la veo a ella sino a un lote que incluyó a Eduardo Inda, tan maleducado como siempre y tan liante como un
prestidigitador indecente, y al mentado Rivera, que volvió a ejercer de
charlatán de pueblo en una entrevista en la que dijo que él no va a ser “parte
del problema del bloqueo de este país”. Los focos del plató no se cayeron con
estrépito al suelo de milagro. ¿Faltan más? Bueno, siempre hay quien cae en la
misma piedra e invita a animadores profesionales para amenizar la mañana, y la
del jueves –tres jueves tiene el año que relumbran más que el sol, Jueves
Santo, Corpus Cristi, y el día de la Exhumación, se ha leído en las redes- parecía
una noche de fuegos artificiales en todas las televisiones. La cosa iba de ver
quién tenía en la pantalla al más ridículo, del chino franquista al legionario
faltón de fino bigotito, o al circunspecto Juan
Chicharro, que dirige la fundación del dictador, esperado en el cementerio
de Mingorrubio por la rancia clac fascista que tanto juego da en la tele. Vaya
semanita.
La chispa
Volando va
Lo hace bien, ya
está. Le ha tomado el pulso al formato. Y tiene detrás un equipo de altura, sí,
nunca mejor dicho. Es Jesús Calleja. Es Volando
voy. Es, quizá, lo único, o de lo poco salvable, en una cadena lerda como
Cuatro. Volando voy llega a un lugar,
habla con sus gentes Calleja, visita rincones de esos lugares y los pone en
valor, y luego, entre risas, como en los cines de antes, el pueblo se divierte
viéndose en la pantalla.
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