lunes, 28 de octubre de 2019

Maldeojos. Quemando iglesias


Quemando iglesias
(Artículo publicado el sábado, 5 de octubre, en diarios del grupo Prensa Ibérica)

     El jueves por la tarde tenía previsto un largo viaje, ese tipo de viajes que se convierten por una serie de hechos en algo muy importante, y estaba un poco nervioso, el nervio de la ilusión, con los nervios infantiles que toda aventura produce, así que lo pensé y lo hice. Me fui al chino del pueblo de al lado –en mi pueblo aún no hay chino- y compré lo necesario –gasolina, mecheros gordos, gasas esponjosas-, lo metí todo en el coche, y oh, dónde va a parar, empecé a sentirme bien –claro que en mi pueblo hay gasolina, mecha, y mecheros, pero luego, si me pillan, no puedo decir que no fui yo-. Total, que como el Valle de los Caídos, el valle en sí de aquellas tierras me pillaba lejos, me eché al monte y por mi zona y alrededores encontré sosiego a mi ansia viva. Perdí la cuenta. Pero así, sin afinar mucho, arrasé con lo que pude. Creo que diez o doce, seguro.  

      Quemé iglesias, aunque me salió una piedad desconocida y avisé –débil que en el fondo es uno- a las beatas que murmuraban arrodilladas, arrasé algunas ermitas sobre los cerros que rodean el paisaje que tanto amo procurando antes romper con piocha los brazos, la cara, el cuerpo entero de las vírgenes que sacan los catetos en la romería anual, y por supuesto entré en la casa de los curas al grito de “sal si tienes cojones” para, acobardados como ratillas acorraladas, disfrutar al verlos arder rociándolos con el resto, poco, de gasolina que me quedaba.  Eso hice en apenas unas horas cegado por la excitación de las imágenes pornográficas que pasó Antonio García Ferreras de Isabel Díaz Ayuso y su vice madrileño, Ignacio Aguado, PP y Cs, preguntándose si las iglesias arderían como en el 36. ¿En serio que estos pavos dirigen una autonomía?

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