Qué peste
(Artículo publicado el sábado, 23 de noviembre, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
De nuevo realidad
y ficción se dan la mano. Me dan la mano. Quiere otra vez lo casual que la vida
real asalte, quizá para explicar aún más, lo que estoy viendo en la tele. Lo
que veo con voracidad de espectador cautivado es la segunda temporada de La peste. La mano de la garduña –cinco
capítulos apasionantes, trepidantes, un retrato feroz de la Sevilla del siglo
XVI que te hiela la sangre porque si en vez de nacer en el lado del oro naces
en el lado del lodo, tu vida es una mierda-. La peste. La mano de la garduña, en Movistar, en 0#, es una
bellísima ficción –por su puesta en escena, por la recreación de aquella manera
de vivir- que funciona al galope teniendo como eje narrativo la miseria del
poder cuando este degenera y se corrompe hasta la náusea. Sevilla es en la serie
una ciudad próspera relacionada con la riqueza que llega del Nuevo Mundo.
Y donde hay
dinero, surgen los sinvergüenzas, la mafia, la garduña, el hampa. Así que la
suciedad en las calles de aquella Sevilla próspera pero insalubre, donde la
mierda se echa a la vía pública creando lodazales que traspasan la pantalla, se
convierte en una parábola de la bajeza moral del poderoso que hace migas con
los traficantes de vino, aceite, o putas –uno de los ejes de esta segunda
temporada-, con artistas de gran altura interpretativa como Pablo Molinero, Patricia López, o Jesús
Carroza, todos bajo las directrices de Alberto
Rodríguez y de Rafael Cobos.
Pues bien, viendo fascinado La peste. La
mano de la garduña, y sin salir de Sevilla, pero de principios del XXI, sale
la sentencia, una parte mínima, de la trama corrupta, mafiosa, de los ERE. La
bajeza moral del ser humano traspasa épocas. La garduña no descansa.
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