domingo, 24 de noviembre de 2019

Maldeojos. Qué peste


Qué peste
(Artículo publicado el sábado, 23 de noviembre, en diarios del grupo Prensa Ibérica)

     De nuevo realidad y ficción se dan la mano. Me dan la mano. Quiere otra vez lo casual que la vida real asalte, quizá para explicar aún más, lo que estoy viendo en la tele. Lo que veo con voracidad de espectador cautivado es la segunda temporada de La peste. La mano de la garduña –cinco capítulos apasionantes, trepidantes, un retrato feroz de la Sevilla del siglo XVI que te hiela la sangre porque si en vez de nacer en el lado del oro naces en el lado del lodo, tu vida es una mierda-. La peste. La mano de la garduña, en Movistar, en 0#, es una bellísima ficción –por su puesta en escena, por la recreación de aquella manera de vivir- que funciona al galope teniendo como eje narrativo la miseria del poder cuando este degenera y se corrompe hasta la náusea. Sevilla es en la serie una ciudad próspera relacionada con la riqueza que llega del Nuevo Mundo.

     Y donde hay dinero, surgen los sinvergüenzas, la mafia, la garduña, el hampa. Así que la suciedad en las calles de aquella Sevilla próspera pero insalubre, donde la mierda se echa a la vía pública creando lodazales que traspasan la pantalla, se convierte en una parábola de la bajeza moral del poderoso que hace migas con los traficantes de vino, aceite, o putas –uno de los ejes de esta segunda temporada-, con artistas de gran altura interpretativa como Pablo Molinero, Patricia López, o Jesús Carroza, todos bajo las directrices de Alberto Rodríguez y de Rafael Cobos. Pues bien, viendo fascinado La peste. La mano de la garduña, y sin salir de Sevilla, pero de principios del XXI, sale la sentencia, una parte mínima, de la trama corrupta, mafiosa, de los ERE. La bajeza moral del ser humano traspasa épocas. La garduña no descansa.



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