El presidente
(Artículo publicado el martes, 12 de noviembre, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
El domingo
llegué a mi casa reventado, ojeroso, embotado pero contento. Acabábamos de enviar
los resultados a la Junta Electoral de Zona, firmado todo lo firmable, y por
supuesto, que es lo primero, escrutados, mirados, y almacenados todos los votos
de la mesa que me tocó. Que me tocó presidir. Es la más alta responsabilidad
institucional, civil, que he tenido en mi vida. Desde las siete y media de la
mañana a las doce la noche es mucha traca, y mucha presión porque sí, si todo
va bien, perfecto, pero si algo ocurre en sentido contrario, ya tenemos el lío.
Un solo voto, un descuadre en el recuento, es un drama. Y, tal como dice el
librillo que te hacen llegar unos días antes a casa, tú eres la máxima
autoridad de ese recinto, por encima de cualquier otra, es decir, también lleva
el regalito de ser el máximo responsable. Acojona lo uno y lo otro.
Me emocionó, por
la edad, por los recuerdos agolpados de otras épocas, la visita de los mozos de
la Guardia Civil –podrían ser mis hijos-, y su educada disposición “por si algo
pasa, o para cualquier cosa”. Fue una visita también institucional, normativa,
sabiendo que el protocolo marca que las armas no pueden entrar en un colegio
electoral, así que, con mucho tacto, se pusieron “a disposición del
presidente”. Al final de la noche, ya con el pescado vendido, recibí la
felicitación de quienes representaban a los partidos en liza. Y se agradece el
gesto. Cuando llegué a casa puse la tele que no vi durante el día. Y todo era
previsible. Telecinco, con sus monstruitos, ajena a la calle. Antena 3, con una
película. La 1, cerrando el quiosco del especial. Y Ferreras, como si no hubiera un mañana, con su pactómetro, buscando
al presidente del país. Alivia saber que tú no eres.
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