Ciudadano Rivera
(Artículo publicado el jueves, 14 de noviembre, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Ahora sí, ahora Albert Rivera pasa a ser un ciudadano
como otro cualquiera si no nos sale la vena tiquismiquis. Vi en directo su
dimisión, y algo excepcional tuvo. Tuvo la excepción de que un político, en
España, ha conjugado hasta hacerlo real, un verbo al que sus colegas han
despreciado como si fuese una claudicación insoportable, dimitir. Es un gesto
noble. Eso sí, su dimisión expuesta en directo, y desde la sede de su partido,
fue más emocional que política. De hecho la dirección de Ciudadanos, que miraba
cómo se retiraba el líder de la primera fila, apenas daba abasto apartándose
las lagrimillas que iban cayendo sin consuelo mejilla abajo. Queda la duda, de
mala pécora, de pensar si algunos y algunas lloraban porque se han quedado con
el hatillo de alcanzar el Congreso de los Diputados compuesto pero sin
deshacer. El barco de los elegidos apenas es un barco de juguete donde sólo
caben 10.
Viendo al
político despedirse, como si de repente recobrara la sensatez, concluyes que
sus momentos estelares legados al archivo de las televisiones era pura
vacuidad, era necia puesta en escena, llevar la política al espectáculo y el
titular. Lo del perrito Lucas no se olvida con facilidad. Pobre, decíamos. Se
veía su declive desde fuera, su ruina y decadencia. No sé si irá al paro, pero podría
encontrar acomodo en tertulias o concursos. Sea lo que sea, como analiza el
murciano Juan Soto Ivars, con una
capacidad brillante para atinar, si Sánchez
cree que ha ganado, Iglesias que es
imprescindible, Casado que remonta, Abascal que España le da la razón, el
único que ha conectado con la realidad es Rivera. Impecable. Lo del abrazo
entre Sánchez e Iglesias merece capítulo aparte.
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