lunes, 7 de enero de 2019


Fabián Marcel
(Artículo publicado el martes, 1 de enero, en diarios del grupo Prensa Ibérica)

     El pintor de los dedos de Málaga, titulaba La Opinión de Málaga hace unos días para referirse a Fabián Marcel, pasó por El hormiguero. Y sorprendió con su habilidad y su arte, decía el periódico. Y así fue. Pablo Motos dio paso al artista callejero para que en el plató demostrara que es capaz de hacer un cuadro en menos que dice misa un cura loco. Y lo hizo. Y fascinó. Sobre un cristal, con los dedos embadurnados de óleo, hace sus garabatos, restriega fondos por aquí y por allí, y cuando aún no ha pasado ni un minuto, zas, el artista te está enseñando una marina, un atardecer melancólico, una escena planetaria, una cascada con espumas de nieve y reflejos coralinos. Antes de eso, el habilidoso y audaz creador de paisajes en el cristal contó el accidente que tuvo a los diez años y que lo paralizó como un mueble. No le daban esperanzas, pero la esperanza es lo que nunca perdió.

     Recuperarse se convirtió en su reto, y la pintura en un desafío al que hacer frente. El pájaro con el que firma su obra habla de eso, de poder sentirse libre gracias a la pintura. Bien. Hasta aquí la historia y la hazaña del chileno que vive en Málaga. Pero yo me pregunto qué pasa, cómo llegan estos personajes al sumario de El hormiguero. Seguro que las redes del programa son inmensas, y que el equipo de guionistas o allegados, o alguien con olfato que ve espectáculo en las cosas cotidianas, lo pone en conocimiento de la dirección, y que todo, o casi, se tiene en cuenta, y que al fin, tras decenas de filtros, la máquina se pone en marcha para contactar e invitar a ese alguien que sorprenda a la audiencia. El “malagueño” lo consiguió. Y El hormiguero también.



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