País de músicas
(Artículo publicado el jueves, 7 de febrero, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
El
martes se estrenó en La 2 uno de esos bocados exquisitos a los que nos
acostumbra la cadena de vez en cuando consiguiendo que te pongas delante de la
pantalla sin asomo ni de culpa ni de rabia por el tiempo tan mal perdido. Un país para escucharlo es ese tipo de
programas que, de nuevo, simbolizan lo que uno entiende por servicio público,
en su caso con la música como excusa. Cuando digo música quiero decir música.
Es decir, no hablo de patochadas de diseño comercial encajonadas en modas que
se diseñan con el único objetivo del consumo de usar y tirar, y hasta otro
nuevo invento. En Un país para escucharlo
–guiño al conocido Un país para comérselo
donde Imanol Arias y Juan Echanove recorrían España
siguiendo rutas gastronómicas-, para explicarme mejor, no tiene cabida el
chinda chinda de David Bisbal o
similares, o no debería.
En el
arranque de la primera entrega el tratamiento visual, potente y bello, tuvo ecos
del mejor cine, con unos paisajes que recordaban a los que vimos en La isla mínima, la peli de Alberto Rodríguez. En las marismas
sevillanas Ariel Rot, presentador
del espacio, se encontró con Kiko Veneno,
que hizo de guía para presentarnos las músicas y sonidos de la zona –otros destinos
serán Granada, Murcia, o Asturias-. Y nos puso en contacto con nombres sonoros
como el de Koki de Cádiz, Rosario la Tremendita, Burrito Cachimba, Tomasito de Jerez, o Raimundo
Amador, es decir, creadores que nada tienen que ver con las músicas que se
escuchan en programas como La voz o
parecidos negocios musicales. Juan José
Ponce dirige Un país para escucharlo,
y sí, el gozo que sintió haciéndolo es el que este espectador sintió viéndolo,
y escuchándolo, claro.
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