Malú y el otro
(Artículo publicado el sábado, 22 de febrero, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Menudo cachondeo
se ha liado con Manual de resistencia,
el libro de Pedro Sánchez. Lo de
cambiar el colchón de su cama en la Moncloa -primera medida del presidente- ha
sido una risa. Hasta saltó al Congreso convertido en algo que pretendía ser un
chiste por Pablo Casado, que no para
de reír –por cierto, ¿de qué, y tanto?-. Pues bien, resulta que ese colchón no
era, como todo el mundo pensó, de Mariano
Rajoy porque el pachorras, intuyendo que iría a la basura, lo donó a una
ONG. La mari de la política, mari Celia
Villalobos, según se llama a sí misma en Espejo público, ha definido estos tiempos como de política líquida,
es decir, política insustancial, política de titular, política de fogonazo, y
así parece. Abre titulares y sumarios en los noticiarios la anécdota, la
representación, el teatrillo, el espíritu de El club de la comedia, que lleva tiempo instalado en la vida
parlamentaria.
Así, regañando
como una madre enfadada, recriminó Ana
Pastor, la presidenta de sus señorías, al diputado valenciano de Ciudadanos
Toni Cantó, que realizó su discurso
con tono de performance con atrezo traído de casa en sus bolsillos portando
naranjas y una castaña, frutos que enseñó al respetable para despedirse con un
¡Viva España! que no se salta un galgo. Política espectáculo, de teatreros,
líquida, de maris, como dice la señá Celia. Y en estas llega la cosa de la
relación entre la cantante Malú –por
fin sé por qué nunca me gustó- y el veleta Albert
Rivera. El gran Andreu Buenafuente
dijo en su monólogo en Late motiv,
¿qué será lo siguiente, Rosa y Abascal? Habrá que ver.
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