Qué vergüenza
(Artículo publicado el martes, 27 de noviembre, en diarios del grupo EPI PRESS)
Estoy acabando
de ver la primera temporada de Vergüenza,
la serie producida por el gigante Movistar y emitida bajo demanda para sus
clientes. Está protagonizada por Javier
Gutiérrez –Águila roja, Estoy vivo, o Campeones, la película de Javier
Fesser que irá a los Oscar- y por Malena
Alterio –Aquí no hay quien viva, La que se avecina-, y de verdad que es
una de las pocas veces que he sentido vergüenza como espectador, pero vergüenza
no por ser una mala serie o porque sus interpretaciones son penosas, no,
vergüenza porque los guiones de Juan
Cavestany y Álvaro Fernández Armero
te llevan, de la mano de los protagonistas, a unas situaciones de verdad
límite, eso que más de uno conocemos como vergüenza ajena. Es terrible. Te
quedas pillado ante la pantalla con los momentos de analfabetismo social de
este matrimonio que no conoce el pudor.
Cada capítulo
aborda diferentes situaciones –dar la enhorabuena a la vecina por un embarazo
cuando sólo es tener un poquito de barriga, dejar los calzoncillos tirados en
el bidé con su manchita de caca, y todo, en el día de la visita de los suegros,
confundir la amabilidad de la novia a la que Jesús, fotógrafo de bodas, le hace
un reportaje, con su pretensión de ligar, o mirar con deseo las tetas de la
suegra en una comida familiar-. Los dos grandes artistas, un enorme Javier Gutiérrez y una fantástica Melena Alterio, son el dedo que buscaba
el anillo de sus personajes. Sin estridencias, con matices que sólo un actor de
alta comedia es capaz de sacar, tanto él como ella parecen ser el Julio y la
Nuria, auténticos maestros en cagarla y extrañarse de que los demás se
extrañen. Vergüenza es adictiva –ya
se graba la segunda tanda- por ver qué será lo siguiente.
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