El
cabrero, mi tío
El
que se ve en la foto, detrás de los animales, es mi tío, el único de la familia
que aún tiene cabras. En mi familia siempre hubo campesinos y cabreros.
Recuerdo aquel olor cuando entraba a casa de mi abuela. Mi madre aún no
comprende que me gustara. Yo creo que me gusta el olor del estiércol porque me
recuerda a los fríos de invierno, al vaho que echaba uno por la boca en la
calle, sorteando charcos y barro, en contraste con aquel ambiente cálido al
entrar en las cuadras donde las cabras apenas se movían de su sitio para no
perder bocado con el hocico metido en el pesebre. Nunca fui tiquismiquis con
estas cosas. Digo estas cosas y me refiero a estos olores, a pisar estiércol, a
tocarlo, a llenarme las manos de tierra.
Soy más puñetero con los olores del cuerpo humano.
Cuando
era pequeño y el pueblo tenía las calles de tierra, las piaras de cabras,
ovejas, y guarros se juntaban en la plaza de la iglesia, y allí remoloneaban
antes de irse al campo a pastorear. El chape chape que se formaba en el suelo
era monumental, pero es lo que había. Con el tiempo, y sin saber cómo, las
piaras de animales fueron desapareciendo. Uno ya no vivía aquí porque estudiaba
fuera, y seguro que pondría caras de señorito resabiado y gilipollas al toparse
con aquellas imágenes pueblerinas de las que uno había conseguido salir y dejar
atrás. Las mismas que ahora recuerdo con una nostalgia casi dolorosa.
Pero
mi tío siguió con lo que mejor sabía hacer, cuidar cabras. Ahora tiene una
piara de cerca de doscientas, una ruina, me dice a veces, porque casi cuesta
más cuidarlas que lo que te deja la leche. Cada tarde va a un lugar distintos,
buscando zonas que no estén sembradas, que no hagan daño, porque las cabras,
como recuerdo, tienen boca de cabra, es decir, se lo comen todo. Y cuando digo
todo es todo. Madera, yerba, cal, brotes verdes, brotes secos. Arrasan. Así que
antes de salir del pueblo tiene que saber muy bien a dónde va. Siempre me he
preguntado cómo un hombre solo puede manejar tanto bicho. Pero la respuesta es fácil.
Hay que fijarse en los dos sargentos que van delante. Esos perrillos sin
pedigrí son los que meten por vereda, literal, a chotas, machos, cabritillos y
demás tropa. Y otra cosa, no es raro que un pastor llame a sus cabras por su
nombre. Y que sepa qué edad tiene, y si es noble o está más loca que una cabra,
y si ha parido o ya no pare más. Y si da mucha o poca leche. Es su trabajo.
Corrijo, es su vida.
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