El regreso
(Artículo publicado el sábado, 13 de julio, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Aquí se ha
reconocido en más de una ocasión. Aquí ha quedado constancia de la mezcla de
admiración y rechazo que me despierta el tipo de negocio con el que vive
Mediaset, y Telecinco, como es el caso que atiendo hoy. Hay que reconocer su
magisterio en esto de hacer de la nada un todo, hacer del fuego fatuo un
incendio de proporciones siderales y convertir la historia de la flauta del
cuento en su centro de gravedad. A veces me quedo pillado en la pantalla de la
cadena no tanto por el interés que despierta lo que allí pasa, con
intervenciones desaforadas de colaboradoras en estado de preñez verbal
incandescente –no sé qué quiero decir con esto, pero me gusta cómo suena- sino
por su currada puesta en escena, porque las formas superan en mucho la entraña
de lo tratado, que es la nada absoluta.
Este método, que
parecería exclusivo de Sálvame,
cabeza turca que podría recibir en exclusiva los leñazos del mundo mundial, se
hace extensivo al emporio, es marca de la casa. Como saben, porque lo sabe
hasta Inés Arrimadas, sobre todo
ella y los suyos, unos ciudadanos especializados en hacerse los locos para
montar pollos y hacerse las víctimas y llorar un poquito acaparando titulares
para luego, en privado, decir, como dicen, “esto nos viene bien”, pues eso, que
como saben, la pobre Isabel Pantoja,
con carita de niña famélica, ha tenido que dejar la isla por prescripción
facultativa, y por mandato de guión, y seguir su descenso como una mortal más a
los infiernos de una vulgar concursante de telerrealidad. De esta sin
sustancia, con apariencia de tsunami televisivo, de Armagedón de los
audímetros, llenará Mediaset su bolsa de estío.
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