La Obregón
(Artículo publicado el domingo, 21 de julio, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Que no, hombre,
que no son Los Obregón. Es la Obregón, Anita, Ana Obregón. Una hora con Ana Obregón es mucho. Dos o tres horas es
demasiado, quizá una meticulosa y bobalicona tortura que diseñó el miércoles
por la noche La 1. A la bióloga Obregón le dedicó la televisión pública un Lazos de sangre que, oh, maldito sea,
muestra a un Boris Izaguirre no
elegante, como se decía, sino desaforado, histérico e histriónico. Al menos en
la presentación en directo del debate posterior al reportaje central del
programa. Me quedé loco viendo y escuchando a Izaguirre, que vociferaba como la
loca que de golpe volviera a subirse a la mesa de Crónicas marcianas y estuviera a punto de bajarse las bragas. Pero Lazos de sangre no va de Boris sino de
las sagas.
Según quienes la
conocen, desde Antonio Resines a Rosa Villacastín o el recuperado para
el mundo del chisme Jesús Mariñas,
la Obregón es una trabajadora sin tacha. Me lo creo. Pero qué le vamos a hacer.
Su trabajo no me conmueve. Y su personaje, de tan inflamado y hueco, inane y
bobo, fantasioso y fatuo, menos. Se destaca de este Lazos de sangre –qué estupidez de programa para la tele pública- que,
sin que sirva de precedente porque Anita Obregón la Fantástica es un cascabel,
se emocionó contando los malos momentos que se vivieron en la familia –o sea,
ella y su nene, como dando a entender que Lecquio
ha sido un pelanas como Jesulín con
su Andreíta Cómete el Pollo, Coño-
al saber del cáncer de su hijo Alejandro.
Y que desde entonces, recuperado el joven, cree en dios. Que TVE apueste por este tipo de chuminadas da
rabia y vergüenza.
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