De chichis y pitos
(Artículo publicado el martes, 30 de julio, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Se dice, con la
solemnidad hueca de algunas expresiones, con la impostación debida que infla el
vacío, con el arte teatral de “la banda” profesional de la política, que la
emisión el lunes en Antena 3 de El contenedor
es una especie de reflexión en torno a la forma de vida de nuestra sociedad, y
por tanto de nuestros semejantes, de quienes participan en el experimento
sociológico –quedará para la historia lateral de la tele la expresión de Mercedes Milá, aunque refiriéndose a
otro mojón catódico-. Por si no lo saben, de lo que va El contenedor es del despojamiento radical de todo lo que rodea
nuestras vidas y las hace cómodas, superfluas, o esclavas de lo que poseemos y
por tanto arrastrando cada cual como puede sus dependencias, a veces,
enfermizas. La ropa también va en el lote de lo que hay que dejar atrás durante
los diez días del “experimento”.
Una pareja de
Barcelona, dos amigas malagueñas, y una familia de Alicante han jugado a la patochada. Si El contenedor no contemplara la
posibilidad del desnudo de la gente que participa, El contenedor sería lo que es, un formato sin chispa ni interés
alguno, y con lo del desnudito, un retrato pueril que hace del pudor su razón
de ser. Taparse las tetas, el culo, el chichi y los pitos de sus participantes
es lo más arriesgado que se ve en esta tontería estival en la que ni la propia
cadena confía mucho –recordemos que desde 2016 tiene en el cajón la cosa-. Ver
a los participantes hacer el chorra tapándose el culo o las tetas con un cartón
o con la rejilla del aire acondicionado es patético. ¿Dónde está la parte que
de verdad sería interesante, es decir, vivir sin lo prescindible? Ah, bueno, ya
si tal. Servidor, nudista nato, se queda loco con la carga moral que rodea al desnudo.
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