Chatín
(Artículo publicado el sábado, 6 de julio, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
A Javier Cárdenas, el insoportable por
arrogante, petulante y desfasado presentador y director de la extinta, menos
mal, Hora punta de La 1, le dicen sus
seguidores al ver una foto en su cuenta de Instagram que la tableta de sus
abdominales es más falsa que la de la barriga operada de la ordinaria Leticia Sabater. El señor está de
vacaciones en Ibiza, y quiso compartir momento de relax en un barquito con el
torso desnudo. Le han llovido las críticas, y hasta hay quien dice, con mucha
sorna, que no se tire al agua si no quiere que desaparezca el rotulador con el
que se dibujó los musculitos. Me extiendo tanto en esta tontería porque se
trata de un tipo al que no soporto. Ojo, en la pantalla. En su vida privada,
como diría Mila Jiménez con su
desparpajo de señora del (h)ampa del plató, me la pela. Así aprovecho mi
rinconcillo en este medio para darle collejas cada vez que viene a cuento, y a
veces sin venir. Sé que haga lo que haga no me convencerá.
Se llama
prejuicios. Y yo los tengo con él. Como saben, moría el otro día en Madrid el patético
Arturo Fernández, otro señor al que
no sólo no veneraba sino que era verlo y escucharlo y me salían ronchas. Ni
muerto ha cambiado mi sentimiento hacia él. Igual me pasó, me sigue pasando,
con el cabestro Jesús Gil, un
sinvergüenza que ni la muerte lavó la repugnancia que siempre me produjo.
Arturo Fernández, el sobrado, el galán con más bótox y operaciones que
cualquier Carmen Lomana de andar por casa, para mí es el que él quiso ser, un señor
añejo, un caballero rancio, un ultra de la banda de Abascal, un empalagoso conquistador que desde La casa de los líos del 1996 para Antena 3 se parodió. Cuando el chatín decía chatina me hervía la
sangre. Descanse en paz.
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