lunes, 30 de octubre de 2017

Maldeojos. Gangosos en declive



Gangosos en declive
(Artículo publicado el domingo, 29 de octubre, en diarios de EPI PRESS)

     De nunca me ha gustado, y ahora tampoco, practicar lo que el refrán explica tan bien, hacer leña del árbol caído. Si puedo evitarlo, lo evito. Hablo del señor Francisco Rodríguez Iglesias. Detrás de ese nombre tan corrientito está el cómico Arévalo. Arévalo hace un humor, vamos a llamarlo así, a miles de kilómetros de lo que a mí me puede hacer gracia. Dicho de otra manera, que veo la gracia de Arévalo en el culo. No hay forma de que este señor me hiciera ni me haga reír. Su humor es paleto, garrulo, un humor que huele a país superado, a grasa revenida, a niños casi andrajosos que se sacan con la punta del dedo los mocos que enseguida se llevan a la boca llena de churretes, es un humor marciano que funcionó en una tele que aunque emitiera en color es una tele en blanco y negro, un humor que erige su esqueleto en el lomo del diferente, sea gangoso, paticorto, culibajo, moro, gitano, o mariquita de toda la vida con mucha pluma y mucho revuelo de manos, un humor que cierta España necesita para reafirmar valores que, no lo entenderé jamás, justifican el atropello y el agravio como baluartes necesarios de una identidad excluyente y necia, torpe y atroz. Arévalo es un artista mediocre que apela a un españolismo de farfolla que me avergüenza y cansa por excluyente y folclórico. Ya digo, no me interesa, no me conmueve, y sus gracias se vuelven insufribles, insultantes. Creo que ha ido llenando teatros a destajo, dejando un rastro de chascarrillos que ponían al respetable de pie, y que lo hacía con Bertín Osborne, otro ejemplar de la España más oscura y tétrica. Eran como hermanos “mellizos”, o “gemelos”, conceptos con los que jugaban para que el respetable se partiera la caja con la ocurrencia. Ni puta gracia, señores. Pero ahora, como saben porque lo habrán leído, visto, y escuchado, ya no se hablan. Oh. Una foto que Arévalo publicó en Twitter, fardando de rey Juan Carlos, de infanta Elena, de Osborne y de hijas de Osborne dándose un festín de paella, enfadó a la Casa Real y al propio “hermano”. ¿A quién se le ocurre,  criatura? El señor Paco Rodríguez justifica que subió la foto no sólo de forma inocente sino, atención a la sesera del cómico, “presumiendo de ser español”. Me gustaría saber cómo lo ve otro español de pro como Carlos Herrera.

El estigma Sálvame
     Pero yo voy al declive del cómico. Todo el que aparece para contar sus amarguras en Sálvame de luxe está de retirada, está en decadencia, sin remisión. No sé si el salario por acudir a tribuna tan podrida, tan desprestigiada y nefasta es un chusco de pan o unos cuantos cientos de euros, pero sé que otro “gangoso” del humor como Ángel Garó posó su culito en uno de los sillones donde Lidia Lozano y Terelu –en la cuerda floja de los guionistas del show-, se han tirado cuescos de calibre superior. Y lo hizo dejando claro que Ángel Garó era cosa pasada, agua oscura, aire viciado. Visitó el plató de esa cloaca para rubricar su imparable declive. Arévalo, igual. A ese plató se va a lo que se va, a llorar desgracias, a tirar carnuza a la parrilla humeante. Y por eso Arévalo se hundía más y más. Desde que se quedó viudo, la vida se le hundió entre los pies. Y aquí me paro. Sólo el dueño de su desgracia puede jugar con ella. No entro en el juego, el árbol caído siempre me ha dado mucho respeto y pudor. Pero mantengo mi teoría de que esta peña, famosillos al borde del olvido, con un pie en el precipicio de sus últimos fulgores, cuando acude de invitada a Sálvame, y se abre de patas ante La fábrica de la tele, productora experta en carroñas de variado pelaje, está firmando su propia sentencia de muerte, su patético declive. Arévalo lo ha sufrido hace nada. La cosa es tan chunga que hasta la enorme Maruja Torres, que pasó por Late Motiv –a Arévalo y a otros de su especie ni se les ha visto ni se les espera por allí- echó unas risas a costa de este par de gansos diciendo que para diálogos necesarios, urgentes y terapéuticos, el que este país necesita entre Bertín y Arévalo.

TV3 y TVE
     A la carreta de Sálvame  no sube gente de primera. Eso lo sabe hasta el que barre el plató. ¿Recuerdan a Álvaro de Marichalar, el hermano de? No sé si Arévalo fue al programa a buscar cariño o un plato de lentejas, pero menos aún entiendo a qué va un tipo como este Marichalar al plató de esa taberna de forajidos. Acudió a la cloaca con la chulería del señorito borde, pero al ser más chulo que Mila Jiménez y hablarle de tú al dueño del corral, el dios del cielo lo expulsó del paraíso, y la voz de Jorge Javier Vázquez, encolerizado, resonó firme y clara, “no aguanto tus gilipolleces porque no contestas a nada, así que se acabaron las patochadas”. Y Alvarito, emperrado en lo de Cataluña como el nuevo nazismo, salió de foco un poco más olvidado, diluido, en declive, que cuando entró. Y se fue corriendo, a los pocos días, a hacer el ridículo sentado en una calle de Barcelona con una pancarta –más vale pedir que robar- a seguir con sus patochadas. ¿Es que ha pasado Martínez Maíllo, coordinador general del PP, por Sálvame? No, pero los efectos son los mismos. Pérdida de dignidad, memoria, cinismo desmedido, considerar al de enfrente amnésico, estúpido, gilipollas integral y, en definitiva, hacer de la política un chiste de gangosos sinfín dejando claro que la impunidad de lo dicho, sea ante Jorgeja o un Telediario, no tiene consecuencias. Que dice el tarambana que TVE es una gran televisión y que ya quisiera TV3 –ante la posibilidad de que su dirección sea intervenida por el Gobierno central- hacer la tele que hace TVE, donde hay “bastante objetividad”, es decir, una tele plural que no conoce la manipulación. Ni Arévalo en sus mejores horas hacía chistes tan buenos. La Gürtel ha resucitado hace unas horas gracias a la fiscal anticorrupción, que dice que la caja B del PP está más que acreditada, pero TVE ha demostrado una vez más que lo suyo es el chiste, con gangosos o sin ellos, agitando la bandera española para tapar mierdas de partido.

La guinda
Jaime Pujol
Es inconcebible el maltrato que La 1 da a uno de sus productos más destacados, El ministerio del tiempo, a punto de emitir el último capítulo de su tercera ¿y última? temporada. De los lunes, a los miércoles, y así, de sopetón. Esta semana vimos el intento de asesinato de Adolfo Suárez, encarnado por el casi valenciano Jaime Pujol, y la pantalla se iluminó. No hay papel corto sino artista de relumbre.

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