Gangosos
en declive
(Artículo publicado el domingo, 29 de octubre, en diarios de EPI PRESS)
De nunca me ha
gustado, y ahora tampoco, practicar lo que el refrán explica tan bien, hacer
leña del árbol caído. Si puedo evitarlo, lo evito. Hablo del señor Francisco Rodríguez Iglesias. Detrás de
ese nombre tan corrientito está el cómico Arévalo.
Arévalo hace un humor, vamos a llamarlo así, a miles de kilómetros de lo que a
mí me puede hacer gracia. Dicho de otra manera, que veo la gracia de Arévalo en
el culo. No hay forma de que este señor me hiciera ni me haga reír. Su humor es
paleto, garrulo, un humor que huele a país superado, a grasa revenida, a niños
casi andrajosos que se sacan con la punta del dedo los mocos que enseguida se
llevan a la boca llena de churretes, es un humor marciano que funcionó en una
tele que aunque emitiera en color es una tele en blanco y negro, un humor que
erige su esqueleto en el lomo del diferente, sea gangoso, paticorto, culibajo,
moro, gitano, o mariquita de toda la vida con mucha pluma y mucho revuelo de
manos, un humor que cierta España necesita para reafirmar valores que, no lo
entenderé jamás, justifican el atropello y el agravio como baluartes necesarios
de una identidad excluyente y necia, torpe y atroz. Arévalo es un artista
mediocre que apela a un españolismo de farfolla que me avergüenza y cansa por
excluyente y folclórico. Ya digo, no me interesa, no me conmueve, y sus gracias
se vuelven insufribles, insultantes. Creo que ha ido llenando teatros a
destajo, dejando un rastro de chascarrillos que ponían al respetable de pie, y
que lo hacía con Bertín Osborne,
otro ejemplar de la España más oscura y tétrica. Eran como hermanos “mellizos”,
o “gemelos”, conceptos con los que jugaban para que el respetable se partiera la
caja con la ocurrencia. Ni puta gracia, señores. Pero ahora, como saben porque
lo habrán leído, visto, y escuchado, ya no se hablan. Oh. Una foto que Arévalo
publicó en Twitter, fardando de rey Juan
Carlos, de infanta Elena, de
Osborne y de hijas de Osborne dándose un festín de paella, enfadó a la Casa
Real y al propio “hermano”. ¿A quién se le ocurre, criatura? El señor Paco Rodríguez justifica
que subió la foto no sólo de forma inocente sino, atención a la sesera del
cómico, “presumiendo de ser español”. Me gustaría saber cómo lo ve otro español
de pro como Carlos Herrera.
El
estigma Sálvame
Pero yo voy al
declive del cómico. Todo el que aparece para contar sus amarguras en Sálvame de luxe está de retirada, está
en decadencia, sin remisión. No sé si el salario por acudir a tribuna tan
podrida, tan desprestigiada y nefasta es un chusco de pan o unos cuantos
cientos de euros, pero sé que otro “gangoso” del humor como Ángel Garó posó su culito en uno de los
sillones donde Lidia Lozano y Terelu –en la cuerda floja de los
guionistas del show-, se han tirado cuescos de calibre superior. Y lo hizo dejando
claro que Ángel Garó era cosa
pasada, agua oscura, aire viciado. Visitó el plató de esa cloaca para rubricar
su imparable declive. Arévalo, igual. A ese plató se va a lo que se va, a
llorar desgracias, a tirar carnuza a la parrilla humeante. Y por eso Arévalo se
hundía más y más. Desde que se quedó viudo, la vida se le hundió entre los
pies. Y aquí me paro. Sólo el dueño de su desgracia puede jugar con ella. No
entro en el juego, el árbol caído siempre me ha dado mucho respeto y pudor. Pero
mantengo mi teoría de que esta peña, famosillos al borde del olvido, con un pie
en el precipicio de sus últimos fulgores, cuando acude de invitada a Sálvame, y se abre de patas ante La
fábrica de la tele, productora experta en carroñas de variado pelaje, está
firmando su propia sentencia de muerte, su patético declive. Arévalo lo ha
sufrido hace nada. La cosa es tan chunga que hasta la enorme Maruja Torres, que pasó por Late Motiv –a Arévalo y a otros de su
especie ni se les ha visto ni se les espera por allí- echó unas risas a costa
de este par de gansos diciendo que para diálogos necesarios, urgentes y
terapéuticos, el que este país necesita entre Bertín y Arévalo.
TV3
y TVE
A la carreta de Sálvame no sube gente de primera. Eso lo sabe hasta el
que barre el plató. ¿Recuerdan a Álvaro
de Marichalar, el hermano de? No sé si Arévalo fue al programa a buscar
cariño o un plato de lentejas, pero menos aún entiendo a qué va un tipo como
este Marichalar al plató de esa taberna de forajidos. Acudió a la cloaca con la
chulería del señorito borde, pero al ser más chulo que Mila Jiménez y hablarle de tú al dueño del corral, el dios del
cielo lo expulsó del paraíso, y la voz de Jorge
Javier Vázquez, encolerizado, resonó firme y clara, “no aguanto tus
gilipolleces porque no contestas a nada, así que se acabaron las patochadas”. Y
Alvarito, emperrado en lo de Cataluña como el nuevo nazismo, salió de foco un
poco más olvidado, diluido, en declive, que cuando entró. Y se fue corriendo, a
los pocos días, a hacer el ridículo sentado en una calle de Barcelona con una
pancarta –más vale pedir que robar- a seguir con sus patochadas. ¿Es que ha
pasado Martínez Maíllo, coordinador
general del PP, por Sálvame? No, pero
los efectos son los mismos. Pérdida de dignidad, memoria, cinismo desmedido,
considerar al de enfrente amnésico, estúpido, gilipollas integral y, en
definitiva, hacer de la política un chiste de gangosos sinfín dejando claro que
la impunidad de lo dicho, sea ante Jorgeja o un Telediario, no tiene consecuencias. Que dice el tarambana que TVE
es una gran televisión y que ya quisiera TV3 –ante la posibilidad de que su
dirección sea intervenida por el Gobierno central- hacer la tele que hace TVE,
donde hay “bastante objetividad”, es decir, una tele plural que no conoce la
manipulación. Ni Arévalo en sus mejores horas hacía chistes tan buenos. La
Gürtel ha resucitado hace unas horas gracias a la fiscal anticorrupción, que
dice que la caja B del PP está más que acreditada, pero TVE ha demostrado una vez
más que lo suyo es el chiste, con gangosos o sin ellos, agitando la bandera
española para tapar mierdas de partido.
La guinda
Jaime
Pujol
Es inconcebible
el maltrato que La 1 da a uno de sus productos más destacados, El ministerio del tiempo, a punto de
emitir el último capítulo de su tercera ¿y última? temporada. De los lunes, a
los miércoles, y así, de sopetón. Esta semana vimos el intento de asesinato de Adolfo Suárez, encarnado por el casi
valenciano Jaime Pujol, y la
pantalla se iluminó. No hay papel corto sino artista de relumbre.
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