Emperrinarse
(Artículo publicado el sábado, 14 de octubre, en diarios de EPI PRESS)
Digamos que un
amigo mío, entre el cachondeo y la altiva ignorancia, dice emperrinar en vez de
empecinar. Emperrinar vendría de emperrar, emperrarse, seguir erre que erre con
algo o con alguien. Algo de razón lleva en el nuevo término, incluso suena bien
si emperrinar lo consideramos como suma de emperrarse y empecinarse. Los
seguidores de La que se avecina
siguen empecinados, emperrados en sus tramas, emperrinados en seguirla. La que
se estrenó la semana pasada fue la décima temporada. Ya mismo, otra serie de
récord. En su vuelta hizo un magnífico, atronador 24% y superó los 3.600.000
espectadores. No es poco. Es más, es mucho tal como está el alma de la
audiencia, que no admite muchos tábanos revoloteando en el chichi. Como daño
colateral del regreso de los histriónicos vecinos de Montepinar, Tiempos de guerra.
Siempre hay
algún herido en la tele si es de otro la victoria. Quiero decir que La que se avecina es un éxito sin
matices que además encaja como un guante sedoso en el perfil de audiencia de
esa cadena cuya vulgar zafiedad es seña de identidad. ¿Es zafia La que se avecina? Para mí sí. Lo digo
de otra manera. No soporto los gritos, no soporto esas actuaciones tan pasadas
de rosca, no me gustan esos personajes que tanto me recuerdan a Aquí no hay quien viva –tenía su gracia
entonces, era novedad-, quizá porque sus creadores son los mismos, Alberto y Laura Caballero, y no soporto nada de nada la exhibición de chabacanería
arrabalera y deslenguada grosería. Justo lo que, quizá, sea el atractivo de sus
seguidores. Por si faltaba algo he visto la presencia horrible de Paz Padilla, pesadilla por la que no
estoy dispuesto a pasar. Sigo emperrinado contra ella.
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