El poder
(Artículo publicado el martes, 27 de agosto, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Los telediarios
y magacines, apurando la última semana de agosto, se vuelven locos, o quizá no
tanto, analizando lo que da de sí la cumbre de los poderosos, esa cosa llamada
G7 que ha traído a Biarritz, a un puñado de kilómetros de San Sebastián, a la
flor y a la nata de quienes parten el bacalao en el planeta. El Gobierno
español, con orgullo, saca un poco de pechito no sólo por el triunfo de su
colaboración con la policía francesa en la estratosférica seguridad que se despliega
en este circo sino porque Emmanuel
Macron, el presidente francés, invitó al español Pedro Sánchez a la cena de gala que clausuraba las jornadas.
Maravilloso. Es lógico pensar que estos alardes con trasiego de políticos de
aquí y de allí al más alto nivel se hacen por nuestro bien. Pero sabemos que
no. El poder sólo trabaja para el poder.
Depende del
perfil de dirigente que represente a este u otro país eso se hace más patente o
no, con más eufemismo o con más descaro. Ninguna reunión en la que se acomode
el culo de Donald Trump o del
fascista Jair Bolsonaro puede ser
beneficiosa para nadie que no sea la élite, los conglomerados económicos, las
grandes multinacionales. Son la cara del poder despiadado, inhumano, y obsceno.
El G7 trabaja para mantener los privilegios de la crema del café, de la guinda
de la tarta. En paralelo, aquí, en España, a un anciano de 81 años llamado Juan Carlos lo operan de corazón
después de una larguísima temporada aguantando paciente las salvajes listas de
espera, eso sí, se ha entretenido en regatas, siestas en palacio, y cócteles en
su honor –El Jueves-. No sé por qué, pero siendo cosas distintas, al final es
lo mismo. El poder trabaja para el poder.
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