El emérito
(Artículo publicado el jueves, 29 de agosto, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Sigamos la
bromita del pobre anciano de 81 años llamado Juan Carlos que fue operado de corazón hace unos días después de
una larga espera y tras sortear kilométricas listas de ídem, aunque el achacoso
varón no ha perdido el tiempo y ha ido como un picaflor, como un yayo sin
descanso, de palacio al yate, del yate a los toros, de los toros a cenas con
copita y puro, de homenaje en homenaje y…
ya sabemos lo que es ser emérito. El anciano Juan Carlos es eso, un
emérito al que, con dinero público, la sanidad le está dejando un motor
estupendo. Vale, es lo que hay. Estos días, además, hemos visto en la tele, en
todas, en informativos, magacines, tertulias y barras de bar con menú para
elegir primero, segundo y postre, una romería de coches caros, de los
blindados, con chófer y aparato de seguridad, de los que se van bajando
allegados del paciente que, amables, con sonrisas lelas, contestan a la prensa
vaguedades que todo el mundo espera como si fuese lo más normal sabiendo que no
habrá preguntas “fuera de tono”.
Es siempre lo
mismo. La esposa del anciano Juan Carlos, Sofía,
se dirige como una bala al círculo, al inmenso círculo de periodistas que
recogen el maná de la nada, es decir, sí, se ha despertado, sí, se ha
incorporado y está sentado en un sillón, no, aún no puede andar, sí, sí, ya
toma comida triturada, claro, claro,
poco a poco irá viniendo el resto de la familia. No han posado todos a la
puerta del hospital privado donde el paciente se recupera, algunos, incluso,
por estar en el trullo, pero la recua ha sonreído, insisto, con sonrisa lela,
hueca, y contestado humo que de inmediato ha alcanzado titulares en los
informativos de todas las cadenas. ¿De verdad que esto es periodismo, y
necesario?
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