Señor Galindo
(Artículo publicado el martes, 5 de marzo, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Muere Martí Galindo y no pasa nada, muere el
señor Galindo y los cimientos de la televisión de hace décadas se resquebrajan
un poco porque Martí era el ciudadano y Galindo, el señor Galindo, su
personaje. El domingo moría a los 81 años el ciudadano Galindo, y si nos
ponemos intensos hay que decir que con él muere una forma de hacer televisión.
Bien, pues no es para tanto. No lo digo como demérito de este actor catalán de
estatura mínima, lo digo porque Crónicas
marcianas, que fue la cuna donde creció, permítaseme la ironía, sí que
representó una forma de entender la televisión como un espectáculo que bordaba
con hilos de oro y esparto, con retazos de seda y arena, con músicas exquisitas
y chinda chinda de gasolinera, o sea, lo de siempre, eso es la tele. Aunque hay
un matiz. Aquella televisión, creo, la televisión del señor Galindo, la tele
que regalaba momentos hilarantes, brillantes y provocadores, o expelía como un
cuesco en su última etapa Javier Sardá
en Telecinco, no se podría hacer hoy en un país cuyo nivel de ofensa, agravio,
malestar y ñoñería ha subido como una leche recalentada. En las noches de la
cadena, cuando se descorrían las cortinas de la barraca y aparecían los
monstruos Galindo, Boris Izaguirre y
sus chillidos de histérica con el calzón bajado, personaje que el propio Boris
parodia hoy sin fortuna, con un patetismo parecido al que vemos en David Biscal dando en los anuncios
piruetas de cabra, o Mariano Mariano,
con sus muletas de niño con polio y su humor ácido, en aquellas noches de
Telecinco, la tele se hacía grande, soez, apestosa, adictiva y condenable,
gamberra y chinchosa. Martí Galindo era algo más que el señor Galindo, pero la
pantalla lo recordará por él.
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