Prejuicios
(Artículo publicado el jueves, 14 de mayo, en diarios de EPI PRESS)
Hablo de los míos, de mis prejuicios.
Los tengo. Y gozando de muy buena salud. Pero no me ufano por ello. De verdad
lo digo. Y también que trato de dominarlos, de tenerlos a raya. No confundir
prejuicios con rechazos –ideológicos, religiosos, personales-. Me refiero a
prejuicios porque sí, quizá por pasar de puntillas por el trabajo ajeno, y aquí
y ahora sólo me refiero a la tele. Concreto. De siempre, o en la mayoría de las
ocasiones, he recelado de Susanna Grisso.
Me tira para atrás su pésima pronunciación, esa forma suya de tragarse las
sílabas que a veces cuesta entenderla. Era incapaz de verla varios minutos
seguidos porque cuando la veía estaba rodeada, enfangada, con sus colegas de
sucesos, que celebran un periodismo cárnico, seminal y sangriento. Y me echaba
para atrás. Ahora la veo a primera hora de la mañana, antes de que entre Nacho Abad.
Y ahí sí, me gusta. Hasta me he
acostumbrado a su alocada pronunciación. Es una de las llamadas reinas de la
mañana, pero qué quieren que les diga, Susanna tiene más gancho que Ana Rosa Quintana y, por supuesto, que
la barbie torpe Mariló Montero. Me
gusta mucho cuando se retuerce, cuando esquina el guión y salta la periodista
menos dócil, cuando se encabrita y le suelta a la amojamada Fátima Báñez, la pelo cemento, como su
cara, que le está echando un mitin pero no le está contestando a la pregunta, o
cuando puso firme al rufián Ruiz Mateos,
o cuando acusa a Ana Rosa, y en directo, sin tapujos, de falta de compañerismo
por arrebatar sin miramientos a una invitada, o no le tiembla la decencia para
enfadarse con la cínica Esperanza
Aguirre cuando esta dice de Atresmedia “que estos mienten mucho”. Ya ven,
prejuicios volatilizados.
Susanna Griso no es de las que bajan la cabeza cuando un invitado trata de escabullirse o mentir con descaro. La periodista se lo suelta y se queda tan a gusto. |
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