martes, 19 de mayo de 2015

Contra la corrupción, calladitos



Contra la corrupción, calladitos.
(Artículo publicado el domingo, 17 de mayo, en diarios de EPI PRESS)

      ¿Sabe quién es Rafael Catalá? Ya se lo digo. No es un aspirante de los que tiemblan mientras el jurado de La Voz decide o no darle una patada en el culo y mandarlo con una mano delante y otra detrás al pueblo, no es el papá del artista que se come las uñas detrás del escenario mientras Laura Pausini le da un porrazo al botón para quedarse con el churumbel. Es el último mohicano que ha llegado al Gobierno de Rajoy no con flores a María como corresponde a mes tan mariano sino con flechas a porfía, a porfía y a todo el que se mueva, sobre todo contra los medios que denuncian lo que no interesa que se denuncie. Este menda, que ocupó el sitio de Gallardón, llegó como llegan las mosquitas muertas, sin hacer ruido, sin darse a conocer, medio gris y medio a su bola. Hasta que, harto de prudencia, dijo aquí estoy yo. Lo demás ya lo saben. Que quiere multar, cerrar, amordazar, lo que haga falta para que los medios no publiquen casos de corrupción. ¿Y eso? Pues para luchar contra la corrupción. Si no se publica, el corrupto y sus corruptelas no existen. Es un razonamiento impecable. Veamos. ¿A qué viene ahora saber que en los tiempos en que Rosendo Naseiro era tesorero del PP, cuando José María Aznar ya apuntaba maneras pero aún no tenía la cara de mala hostia que se ha ido fabricando él solito, el PP ya tenía una contabilidad B? Ese dato que ahora se sabe con papeles en la mano, como los papeles de Bárcenas, pero de Naseiro, no habría visto la luz con una ley adecuada. TVE, sin que exista todavía ley escrita, sabe lo que tiene que hacer. Y lo hace. Silenciando cualquier asunto que le haga pupa al PP.


Llegó suave, guardando las formas, pero viendo que se puede acabar el pastel ha sacado sus verdaderas ideas. Hay corrupción, la gente está harta, casi todo el mundo señala al mismo sitio, esto no puede ser, esto es una vergüenza, hay que pararlo. Señor ministro, ¿para la corrupción, combatirla, agilizar las instrucciones, dotar de medios a la Justicia? No, cojones, dice Rafael Catalá hecho un basilisco, controlando los medios de comunicación para que no publiquen esas porquerías que tanto mal hacen a España. Joder.

Es una vergüenza

       En una televisión pública que ni se burle ni ningunee a su audiencia, que no crea que esa audiencia no tiene otras ventanas de información, La 1 no urdiría el día en que el resto de medios hablaban del valenciano Alfonso Rus y de los papeles del PP de Naseiro, unos telediarios que levantarían de su asiento al tronista más lerdo, al más gañán de Emma García. Sacaron a Mariano Rajoy en su visita a Valencia para decir que el paro está bajando a velocidad sideral y que sí, que cometen “errores”, pero qué le vamos a hacer, “somosshss como somosshss”. Y ya está. Como son como son, a joderse. ¿Habló de Rus? ¿De quién? Yo no sé si los presentadores del Telediario hacen ejercicios de relajación antes de salir a escena para decir lo que les hacen decir o nunca como ahora son muñecos que ni sienten ni padecen –he contado, y no exagero, telediarios con más de 15 minutos de información sobre lo bien que va la economía desde distintos ángulos, desde los datos más peregrinos a los reportajes más rebuscados-. A TVE, a esta TVE no le hace falta ley mordaza alguna. Corazón que no ve, corazón que  no siente. Cuando el ministro Catalá se dio cuenta de que había abierto demasiado su cerebro reculó como lo hacen los fulleros, diciendo que sólo era una reflexión, que se le había entendido mal, y bla, bla, bla. Antonio García Ferreras, como un lince enjaulado, soltó en Al rojo vivo uno de sus editoriales incendiarios. Mirando a cámara, con ese particular movimiento de su mano izquierda abierta como una panoja de pescado, le dijo al ministro de Justicia que su matización era una trampa, una mentira, todo es, dijo, lo que parece, un ministro que quiere cargarse la libertad de información, quieren todo el control mediático para ocultar la corrupción, el periodismo les molesta. De no existir libertad de información no habría Filesa, ni Gal, ni caso Urdangarín, ni caso Matas, ni Gürtel, Rato, Trillo, Rus, ERES, Bárcenas. Este ministro, concluyó, tendría que dimitir, es una vergüenza. 

Esta chusca historia ha estado presente en la mayoría de cadenas. ¿Has visto, has escuchado algo así en TVE? Ni de coña. El "caso Rus" es una sombra en la tele pública. Eso sí, cualquier cosita que tenga que ver con tropiezos y corruptelas de otros partidos se tira el sumario por la ventana y se destroza la equidad. Ejemplo. La presencia de Podemos en los telediarios o no existía o era testimonial. Pablo Iglesias era una realidad ausente. ¿Sabéis, sin embargo, lo que dedicó el Telediario de Ana Blanco a la dimisión de Juan Carlos Monedero? Cinco minutos. Había que destacar la ruptura, la pelea, el galimatías, la falta de seguridad, el CAOS... ¿Se han visto los abucheos de los ciudadanos en la calle llamando ladrón a Rajoy, y a la gente de los mercados en Valencia despreciando los sobres -con papeletas- que entregaba Rita Barbará? Por favor...


Arguiñano y los chorizos

     También llamó mucho la atención la sección “Así lo vemos, así lo vimos” dentro de Antena 3 Noticias que firmó Vicente Vallés hace unos días cargando contra los corruptos diciendo que cuando los pillan, “o culpan a un subordinado, a un superior, o a alguien que ya ha muerto”, es decir, es la constatación de que, de ser cierto, muchos de los que ocupan altos cargos políticos son incapaces de gobernarlos reconociendo su torpeza en la elección de equipos. Muchos de estos dignatarios que se enfrentan a la justicia por corrupción prefieren ser tomados por tontos antes que por ladrones, quizá porque el robo está penado por la ley y la inutilidad sólo la castigan los medios de comunicación, de hecho, dice Vallés, la mayoría de los que han preferido pasar por incompetentes antes que por corruptos han renovado su cargo en las urnas. Cuánta razón lleva Vicente Vallés. Y qué bien lo hace, y cómo ha mejorado el informativo diario sin Matías Prats, cuyo rancio estilo recuerda al relamido Jesús Hermida. Ver y escuchar estas opiniones en un informativo es lógico, incluso necesario si a la celebración del periodismo se une desde el humor y la ironía un noticiario como El intermedio, donde El Gran Wyoming ejerce de capataz frente a un equipo de primera, pero que salte al ruedo de la denuncia un cocinero como Arguiñano resulta heterodoxo. Heterodoxo y estimulante porque cuando Arguiñano dice, con su sorna, que este país es excelente en chorizos, tú, en casa, sabes de qué habla. Memorable fue su desahogo de hace un tiempo cuando dijo que le parecía fatal que se recorte en sanidad y educación y que “se inyecte dinero a unos bancos sospechosos de todo”, y que se culpe al ciudadano de la crisis cuando “han sido los gánster los culpables de esta situación”, apoyados por el Gobierno con desvergüenza. ¿Simplezas, reflexiones de carbonero? Son las que más duelen porque las entiende todo el mundo, no se dan en una reunión de expertos que hablan para sus ombligos, y hacen mucha pupa. Cuando el otro día, en los pasillos, cogido a regañadientes, decía Rafael Hernando, portavoz del PP en el Congreso, que la libertad de expresión y la libertad de los medios es lo primero yo me lo creí, en serio, pero cuando creen que para luchar contra la corrupción lo mejor es callarse, también. 

Hay quien no ve con buenos ojos que gente como Carlos Arguiñano opine de cuestiones que no le competen. ¿Que no le competen? Sus diatribas contra el choriceo nacional, los mangantes de la política, y los profesionales de la corrupción son memorables. Y a quien le pique, que se rasque.


La guinda
La lucha de Frank
A El hormiguero se va, como dice Pablo Motos, a divertirse. Es un programa de entretenimiento para echar un rato, y lo consigue, y ese es su éxito. Pero también sirve de plataforma para denunciar situaciones. Lo hizo el aficionado herpetólogo Frank Cuesta, que de forma teatral reprodujo la celda donde Yuyee, madre de sus hijos, sigue en Tailandia acusada de traficar con más droga, dice Frank, de la que llevaba.

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