Cocina y amén
(Artículo publicado el domingo, 12 de abril, en diarios de EPI PRESS)
Cuando los niños
Mauro y Martina desfilaron por el patio de butacas del abarrotado teatro
Romea de Murcia durante la gala de clausura del FesTVal, el público los
aplaudió como si fueran actores de la serie más vista. Pero no. Mauro y Martina
son, sólo, concursantes de MasterChef
Junior 2. ¿Sólo? Los niños alcanzaron el escenario para hacer el número
previsto junto al presentador, Luis
Larrodera, y el cocinero murciano González-Conejero.
Hicieron el paripé de cocinar una torta de chicharrones, delicia que parece
dura y resulta ser un dulce con sabor a canela. Hace años este numerito no se
hubiera producido porque nadie aplaudiría a dos críos que no hubieran pasado
por los platós que buscan talentos musicales o cualquier otra aberración
alimentada en los despachos sin alma con la febril colaboración de los papás,
dispuestos a todo con tal de ganar el futuro, incluso negando el presente
infantil de sus vástagos. Pero hoy sí. La cocina y sus circunstancias se han
convertido en espectáculo. Así es desde hace varias temporadas. Antes, la cosa
de los fogones era cosa de Karlos
Arguiñano y sus colegas, que poblaron cada emisora con espacios en donde el
cocinero, con más o menos gracia, elaboraba un plato para que tú lo hicieras en
casa. Pero llegó a La 1 MasterChef y
lo cambió todo. Fue un auténtico bombazo. De audiencia. De audacia. De
entretenimiento fino y elegante. El público y la crítica coincidieron. Masterchef es un concurso para descubrir
al mejor cocinero, pero no sólo eso. MasterChef
crea valores, apuesta por el esfuerzo personal, por el trabajo en equipo,
ensalza la comida sana, respeta la tradición culinaria de abuelas y mamás, y da
un paso más para mejorar esas delicias.
Atrae o repele
El martes empezó
la tercera temporada del programa, que mantiene a su jurado habitual. Pepe Rodríguez, la voz cantante y el ogro venido a menos
pero llegado a más en empatía y credibilidad, Samanta Vallejo-Nájera, que se mantiene en un lugar que parece frío
pero vas descubriendo una implicación sentimental muy notable, y Jordi Cruz, el niño de los huevos de oro que a
veces saca una vena guerrera y seca que te deja patidifuso. Lo hacen bien. La
elegante puesta en escena, el sabio montaje, los exteriores que airean el
sofoco del plató, la llegada de invitados a la mesa, las pruebas, el discreto
reflejo de las relaciones personales, que jamás llega a la vulgaridad del trato
que da Telecinco a este tipo de convivencias, y ver desde casa cómo ese
aspirante a mejor cocinero va creciendo hacen que aunque no tengas alma de chef
lo veas sin prevenciones. Antena 3 sacó un gemelo, Top Chef, que, apostando por la misma idea, tiene un matiz. Importa
mucho la selección de aspirantes porque en Top
Chef hacen de las relaciones personales materia de programa. No es lo
fundamental, pero importa, es parte del espectáculo –recuérdese en la pasada
edición la trifulca, de mal gusto a veces, entre el valenciano engreído y
maniático Carlos Medina y el catalán
engreído y maniático Marc Joli-.
También Top Chef tiene el apoyo del
público. El tirón popular de Alberto
Chicote, cabeza visible del jurado, con Susi Díez y Yayo Daporta,
aporta al programa una chispa personalista con dos caras, o te atrae o te
repele. A este chef panzón de camisolas de colores estridentes, y que tan bien
imita Berto Romero en El aire, el nocturno de La Sexta, no sé
si le dará tiempo a cocinar en su restaurante, pero viene a demostrar que la
cocina y sus alrededores interesan a la audiencia en sus casi tres programas
sobre ella.
¿Emplatar?
Cuando Alberto
Chicote visita un restaurante en su calidad de eminencia no sólo del fogón sino
del negocio para presentar Pesadilla en
la cocina es como viajar a la parte oscura, al lado salvaje, a la otra
orilla, igual que si te pones a ver el programa de recetas Robin Food que presenta como un cascabel David de Jorge, que no le hace ascos a lo que él llama
“guarrindongadas”, recetas que de vez en cuando traspasan la línea de la comida
equilibrada para zambullirse en el reino de la hamburguesa pecaminosa capaz de
hablarle de tú al colesterol, del bocadillo gigante con pancetas y chorizos
grasientos, y venderte la moto como te la vende un cura, como si te hiciera un
favor. Por si fuera poco Alberto Chicote, también alrededor de la comida,
terminó la semana pasada las dos entregas previstas de El precio de los alimentos en La Sexta. En dos semanas trató de
explicarnos los intereses, cambalaches, sucesos, manejos, casualidades o
complejas relaciones de alta política que influyen en el precio del arroz, los
huevos, el pan, las patatas o el café. Este universo culinario es una explosión
reciente, una especie de burbuja catódica que si revienta será por cansancio,
por agotamiento. Hoy ser cocinero o, mejor, chef, tiene connotaciones que hasta
hace nada no tenía. Ser chef da un toque de distinción y talento, incluso un
irresistible poder de atracción sexual, como lo tiene un futbolista, guapo o
feo, y si no, fíjense en David Muñoz,
un treintañero de pelo rapado y cresta de gallo peleón, de culo firme y
hechuras de chulo de barrio, con tres estrellas Michelín y novio de Cristina Pedroche. ¿Todo es magnífico y
rosita en el mundo chef? No. ¿Desde cuándo conocen la palabra emplatar? ¿Qué
nombre es ese? La RAE ha tenido que reaccionar urgida por su uso y la tiene
prevista para su vigésima tercera edición. Cuando en la tele usan la palabra
emplatar se le está añadiendo a la comida, al plato, un toque teatral,
operístico, a veces bufonesco y, en ocasiones, altas dosis de magia y truco,
pura estafa. Se sirven, señores y señoras. Los platos se sirven, no se emplatan.
En casa se echa más comida o se disimulan las verduras para los niños, pero por
Santa Elena Santonja, nadie emplata. Se siente, Ferrán Adriá y Cía, pero el verbo emplatar es una aberración
lingüística. Y una pedantería conceptual. Y ahora, hala, como diría Paco León, cocina y amén.
La guinda
La reina
En un tiempo de
princesas del pueblo incultas, abotagadas, ordinarias y aviesas, llega Isabel Preysler y conquista de nuevo al
pueblo que tanto la denostó. En El hormiguero
enseñó su mejor cara –literal, recuérdese que pidió a Pablo Motos que le dejara su sitio para “que se vea mi lado bueno”,
como hacía la pilla Sara Montiel-.
La viuda de Boyer es la reina que
todas las teles llevan años disputándose. Ella prefirió unas hormigas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario