Tocapelotas
(Artículo publicado el martes, 21 de enero, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Cada programa,
sea magacín de tarde o de mañana, tiene su reportero porculero –no lo busquen
en la biblia del español, no existe el término, pero debería, porque es de esas
palabras que se entienden a la primera-. El reportero porculero es el reportero
follonero –este término sí existe-, y de ellos, la tele está llena. ¿Habrá que
recordar que la cumbre que hoy habita Jordi
Évole empezó a fraguarse como reportero cachondo, follonero? Son los
reporteros y reporteras pesadas que, a veces, hasta en casa incomodan por su
capacidad inagotable, por su sentido de la “inoportunidad” al preguntar lo que
los políticos no quieren responder sobre todo en lugares desubicados que nada
tienen que ver con “estas preguntas” –inauguraciones, conferencias, desayunos
informales-.
La gente
profesional de la política tiene una habilidad extraordinaria para mirar en dos
milésimas de segundo el logotipo que lleva el micro y así saber a qué atenerse,
si la cosa va de coña, si lleva carga envenenada detrás de la sonrisa del
reportero o si la pregunta el colmillo retorcido. El programa de Cristina Pardo en La Sexta la tarde del
domingo tiene su reportero tocapelotas,
y se llama Luis Troya, y está, como
decía, en la línea de lo que antes hicieron Marta Nebot –ahora en Todo es
mentira como tertuliana- o Raúl
Gómez –ahora como protagonista en #0 de Maraton
man-. Que el PP da un desayuno para que la lideresa Isabel Díaz Ayuso exhiba su acreditada fama de pánfila, allá que
llega Luis Troya con porras y churros a ver qué pesca, o se va a Teruel para
dejar claro que no sólo existe sino que Ortega
Smith hace el ridículo ante menos de 100 almas. No es extraño que los
reporteros porculeros no sean bien recibidos por ningún partido.
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