Rey Mago
(Artículo publicado el martes, 7 de enero, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Como es mejor
vivirlo que contarlo, o para contarlo es mejor vivirlo, tal como decía la
ególatra, y para mi insufrible Samanta
Villar en 21 días, que presentó
en Cuatro hace 10 años, a servidor le colocaron el domingo una corona, le
pusieron barba larga, guantes y anillo de perla roja engastada en oro, túnica
de seda con primores de plata, un cubre espaldas de armiño, y subió a la
carroza real del rey Melchor como majestad por un día que recorrió las calles
de Villanueva Mesía, su pueblo granadino. Observarán que esto de la realeza
impone carácter porque en cuanto se descuida uno habla en tercera persona de sí
mismo. Y es cierto, no es lo mismo vivirlo que contarlo. No es lo mismo vivirlo
que verlo por televisión para contarlo. Fue una tarde emocionante. Llena de
orgullo y satisfacción. Cómo entiendo ahora a los colegas Juan Carlos y Felipe.
Ver la carita de
los niños tirándote besitos desde la acera, ver cómo el papá se agacha para
darle los caramelos que vas lanzando, ver cómo la mamá te señala para que el
crío sepa que es a él a quien le regalas el balón, ver cómo hay sonrisas y
miradas de asombro que no conocías, darte cuenta de que la ilusión es un estado
pasajero y efímero que en apenas un suspiro se torna esquiva, oscura, e
irreconocible, comprobar que al entrar al centro cultural donde se darán los
regalos para “que no haya ningún niño del pueblo que no lo tenga”, ver cómo
grandes y mayores nivelan sus estados emocionales, sonreír una y otra vez para
la foto con la cría, con el crío que hace pucheros entre rechazo, miedo y la
atracción que le dan esos raros personajes, en fin, La 1 y las autonómicas lo
bordaron con sus cabalgatas, pero ser rey en tu pueblo no tiene igual.
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