Gracias, Chicho
(Artículo publicado el martes, 11 de mayo, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Da igual que a
estas alturas hayan leído memoriales al gran Narciso Ibáñez Serrador, y desde el 7 de junio seguro que así ha
sido. Perdón por insistir con lo mismo, pero no me resigno a hablar de Chicho
al que uno admira mucho antes de saber que acabaría ganándome la vida al otro
lado de la televisión. Chicho es muchos Chichos, pero en mi corazón el que de
verdad me hace cosquillas y me embarga la melancolía es el Chicho de la tele,
claro, y de la tele, el de Historias para
no dormir, tele brava y cumbre de la década del 60 del siglo pasado. Una
pasada. De años y de calidad. Los 21 segundos que tenía la cabecera de la
serie, en blanco y negro, empezaban con el chirrido de los goznes de una puerta
abriéndose en cuyo trasluz, y a golpe de efecto sonoro, se iba viendo el nombre
del autor y de la serie, puerta que se cerraba de golpe después de oír un
escalofriante grito de terror.
Si la cabecera atrapaba
al indiferente, la presentación de lo que se iba a ver, estilo Alfred Hitchcock, y el contenido del
relato de terror –de grandes autores, desde Allan Poe a Bradbury o Stevenson- resumía con una fidelidad
que sólo el tiempo acabaría demostrando lo que este genio, este contador de
historias, siempre usó, una mezcla de vanguardia y clasicismo, de ironía y
humor a espuertas, de sentido del espectáculo y de negocio, alguien, en
definitiva, que conoce, que intuye a sus semejantes, que se aprovecha de sus
conocimientos de la condición humana, y que lo mismo firma Historias para no dormir que Historias
de la frivolidad o Un, dos, tres.
Gracias, Chicho, gracias. Bienvenido a Granada.
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