Perfectas cabezas sometidas
(Artículo publicado el domingo, 11 de octubre, en diarios de EPI PRESS)
Recuerdo el
tiempo en que la consulta del médico, la sala donde espera la gente su turno
para ser atendida, era un guirigay de verbena. Recuerdo una vez que el médico
tuvo que salir, mirando a los enfermos por encima de sus gafas de presbicia, y
pedir por favor un poquito de silencio porque dentro era muy molesto el zumbido
de las conversaciones. Y funcionaba. La gente enmudecía al instante, pillada en
un requiebro como se pilla a un chiquillo haciendo travesuras. Pero a los pocos
minutos el gallinero volvía a revivir. Como saben, eso es historia. Vayas donde
vayas reina un silencio de cementerio, quizá roto a veces por una risita,
acompañada de una mueca loca, de alguien ensimismado con la cabeza gacha mirando
la pantalla de su móvil. Así está la mayoría, muda, mirando la pantalla azulada
de su teléfono celular. A la consulta de los médicos de cabecera aún no han
llegado las pantallas, pero en los medianos y grandes hospitales no hay rincón
que no tenga su enorme pantalla. Lo curioso es que son trastos absurdos porque
no sirven para dar información fiable, así que la gente mira la pantalla por si
aparece su nombre pero pendiente de la megafonía de barraca por si te llaman y
no te enteras. Las pantallas que pululan por los hospitales son pantallas
informativas, no para ver a Ana Rosa
Quintana. Pero siempre me he preguntado qué empresas, y qué políticos, se
lo han llevado crudo con las concesiones de semejante truño plantado en las
paredes. En la misma línea de agarra el dinero y corre meto a las otras
pantallas, estas sí de televisión pura y dura. Tan dura como limpiarte el
bolsillo si quieres ver un informativo o tu serie favorita o tu tertulia,
sabiendo, como todos sabemos, que el aparato no funciona si no es alimentándolo
con monedas. Menudo negocio.
Pantallas abductoras
La otra cara de
la moneda, palabra que encaja aquí de maravilla, es que compartas tu
enfermedad, es decir, habitación, con criaturas cuyos gustos televisivos no
sólo no son los tuyos sino que están en la otra parte del mundo. El castigo es
de una perversión refinada. También puede ocurrir que haya un enfermo, y su
cohorte de familiares, que se hacen dueños de la tele, y entonces estás
perdido. Ni lo intentes. Antes de que se agote el tiempo ya tiene alguien en la
mano otro chorro de monedas para echar la tarde, la noche, y hasta la
teletienda. Lo he visto, nadie me lo ha contado. Cuando pasa esto te dices, hala, me centro en
otras cosas. Imposible. La tele está pensada para que no dejes de mirarla, para
que no puedas dejar de mirarla. Las pantallas están pensadas para que no puedas
dejar de mirarlas. Y te ves mirando las espantadas de Terelu del plató, ofendida esta vez por algo que le ha dicho Kiko Hernández. Cuando he ido a mi
dentista sé que en la minúscula salita de espera hay una tele siempre
encendida. No hay mando a mano. Sólo está encendida. Nadie puede desconectarla,
nadie puede cambiar de canal, nadie puede subir o bajar el volumen. Y todos la
miran. Echen lo que echen. Un día toca el matinal de Canal Sur que presenta Fernando de la Guardia, donde se mezcla
denuncia ciudadana con caridad televisiva al estilo del Entre todos de Toñi Moreno
para La 1, otro día La ruleta de la
suerte y un Jorge Fernández
desmelenado que baila como Miquel Iceta,
mal, pero con muchas ganas, y otro, alguna ración de los cerebros plastificados
de Mujeres y hombres y viceversa con
los que Emma García se gana la vida,
pobre. He dicho que todos miran a la tele. No es así. Todos la miran de
soslayo, de refilón, sólo cuando levantan la cabeza de su propia pantalla, la
del móvil, la que de verdad subyuga, domina y abduce.
Invasión de imbéciles
Visto así
vivimos en una sociedad de cabezas gachas, de testas sometidas. Mucha gente
camina por la calle no mirando al frente sino mirando al móvil, es decir,
rendido, como el que capitula y se entrega, como el que claudica y manifiesta
su sumisión. Es el ideal. Una sociedad enganchada al móvil es una sociedad que
mantiene su cabeza en posición entregada, servil, gacha, en estado de
acatamiento permanente. Se ha conseguido. Y sin mucho esfuerzo. Se ha puesto en
circulación una herramienta magnífica que a su vez lleva el veneno dentro. Y
por eso vemos a piaras de jóvenes y no tanto sentados en los parques con sus
cabecitas domadas y sus ágiles deditos enviando comunicación basura, viendo
vídeos de gatitos, reverenciando a cursis cantantes, consumiendo mensajes que
agrandan la brecha entre su satisfecha ignorancia y su capacidad ciudadana.
Viene muy bien ahora traer aquí a Umberto
Eco, al que ni siquiera hace falta leer para poder citar porque en cuanto
abre la boca, teclea el ordenador, o publica algo, al segundo ya lo podemos tener
en casa, como sabemos. El drama de Internet es que ha promovido al tonto del
pueblo al nivel de portador de la verdad, dice el semiólogo italiano, y también
“que las redes sociales han generado una invasión de imbéciles”. Yo lo había
pensado, y tal vez esté escrito en algún comentario, pero no es lo mismo que lo
diga uno a que lo diga Umberto Eco, así que sí, lo traigo aquí, queda fino, y además
estoy de acuerdo. Esto de los imbéciles consumiendo cosas de imbéciles en
pantallas que te ponen imbécil si no levantas la cabeza de vez en cuando, es la
técnica de Telecinco. Saca a gente “del pueblo” para que cuente sus cosas a
“gente del pueblo”, no a la élite ni a los críticos, dice con cinismo y
tocándose el paquete Paolo Vasile.
El batallón de imbéciles va por la calle, se sienta en las terrazas, está en el
médico, o se repantinga en casa con la testuz bajada leyendo, mirando, tocando
la pantalla, consumiendo basurilla, conformando la imagen de la desolación y la
derrota de una sociedad sometida con sus cabezas gachas. Miguel Hernández cantó a los aceituneros altivos para que, bravos,
se levantaran ante los señoritos. ¿Quién será el poeta hoy que escriba rimas
que consigan que la gente se interese por la gente mirando a los ojos, no a la
pantalla, y levantando la cabeza?
La guinda
Rabia
Se han emitido dos
capítulos de Rabia, ficción nacional
en Cuatro para el lunes. Es agridulce el resultado. No es lo peor que esta
historia de contagios te recuerde a Perdidos
o a The walking dead, dicho con
la boca apretada, para no dar mucha rabia a los fans. Es irregular, no siempre
verosímil. Buenos actores –Adriana Ozores,
Malena Alterio, otros- frente al
poli guapo Diego Martínez
–descacharrante, vergonzoso-.
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