Camilo Sesto
Artículo publicado el jueves, 15 de octubre, en periódicos de EPI PRESS)
Antes, hace unos
años, había un cantante muy conocido que se llamaba Camilo Sesto. Ahora hay un cantante que se llama Camilo Sesto y no conoce nadie. Pobre
Camilo. Camilo dejó de ser Camilo el día que fue abducido por la atracción
fatídica, irreversible y adictiva del bisturí. Pobre. Él, coaligado con
cirujanos con alma fría de chacal, acabó convirtiéndose en un monstruo. Eso es
lo que yo siento cuando lo veo. Estoy seguro al cien por mil de que no es su
opinión. Es más, estoy convencido de que cuando este hombre se mira al espejo
no ve lo que yo veo, no ve lo que ve la gente. Camilo Sesto no ve al tipo
patético que hoy es. De verse como lo cuento, de saberse deforme, sin
expresión, convertido en el muñeco de cera que nadie quisiera ser, no acudiría
a la tele. Si lo hace es para exhibirse como la que desea que le alaben sus
nuevas tetas.
La imagen de
Camilo Sesto cuando irrumpió en el plató de ¡Qué
tiempo tan feliz! fue de las que dejan sin palabras a la más dicharachera. Qué
bien te veo, dijo María Teresa Campos,
palabras que sonaron a chufla, a ironía refinada de anfitriona un poco lagarta.
Mientras, el artista, antes de sentarse, se pavoneó ante el público, se quitó
la chaqueta con estudiada desgana, se dejó caer, y dejó que la otra le soplara
al oído mentiras sobre su inmarchitable belleza. Cuando el realizador escogió
un plano corto del invitado, la audiencia, yo, dio un respingo como el que
escucha a Julio Iglesias, atirantado
con más tacto, diciendo que lo que diga el ministro de economía, Cristóbal Montoro, le importa tres
cojones. Un primer plano de Camilo Sesto es lo peor que se le puede hacer a Camilo Sesto. Lo que
dijera o dejara de decir desde ese momento ya no importaba nada.
No creo que hagan falta comentarios. |
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