domingo, 14 de julio de 2013

Maldeojos. La dignidad



La dignidad

      Habrán leído mucho estos días de ella, habrán visto imágenes de archivo haciendo su trabajo en radio y televisión, incluso habrán sentido el lógico estremecimiento que aún sentimos cuando alguien querido y admirado por su prestigio profesional nos deja. Todo lo que se ha dicho de Concha García Campoy no puede ser más que bueno. Ella lo era. Era una periodista que hizo bien, muy bien, televisión, y que hizo bien, incluso mejor, radio. La televisión tiene sus leyes, o sea, está sujeta a una serie de ¿imponderables? que en otros medios parecen amortiguados. La televisión, y la gente que la hace, parece que no tiene más remedio que tragar con lo que le echen. Hasta Concha tragó. Su última etapa en Las mañanas de Cuatro, antes del cáncer que se la llevó, fue un disparate con el que tuvo que bailar. Su programa se convirtió en un lamentable puticlub. Literal.

      No había día en que, con infografías que anunciaban en exclusiva la investigación, el equipo se zambullera en la pocilga de la prostitución. Lo malo era que se notaba mucho que convertían el asunto en un reclamo, que dejó de serlo porque “la investigación” sólo era una burda cámara oculta para hablar de una sordidez que sólo buscaba rentabilidad comercial. ¿Es justo que ahora, cuando ya no está esta extraordinaria mujer, la recuerde de esta forma? Seguro que no. ¿No tiene su trayectoria momentos de esplendor, trabajos memorables, entrevistas para recodar, aciertos con que iluminar su recuerdo? Muchos, y de enorme trascendencia. Pero si cuento lo anterior, y en esta columna lo dejé escrito en su día, es porque incluso defendiendo lo indefendible, gestionando la basura de aquellos reportajes, Concha García Campoy tenía la facultad de los grandes, la dignidad. 


Concha García Campoy maquillándose antes de empezar Las mañanas de Cuatro.
 

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