Aplausos
(Artículo publicado el sábado, 8 de febrero, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Si la política
lleva tiempo con el pescuezo salido, tratando de asomarse como sea por el
balcón, tratando de llamar la atención con pirotecnias verbales, plantes de
folclórica, con acciones que tienen más que ver con las performances teatrales
que con la serenidad esperada, que tienen más de foto de consumo momentáneo
cuyo brillo dura lo que dura un titular en el periódico o, peor, en un
informativo, una especie de clínex que mientras se arruga ya empieza a
destruirse en el olvido, si la política de nuestros partidos va por ahí dando
codazos, pensando no en los problemas de la gente sino en llamar la atención de
la gente para arañar, como un fatuo niñato con aspiraciones de fama, una
atención que también es fungible, ni siquiera hay que ser muy espabilados, y de
verdad que yo con esto de la política no lo soy, para ver cómo queda todo
cuando se trata en la tele.
En la tele la
política se trata con apariencia de ser muy importante, dedicándole un tiempo a
la altura de su trascendencia, y no hay programa, salvo excepciones, que no se
acerque a la actividad parlamentaria, gubernamental y partidista, y por eso
abundan las tertulias y los tertulianos, y en apariencia parece que se lo toman
con seriedad, y sobre todo con rigor. Pero aquí es cuando servidor, perdonen la
grosería, se orina vivo. Venga, me fijo sólo en algo que se arrastra desde el
lunes de esta semana, es decir, desde el día en que echó a andar la XIV
Legislatura con el discurso del Jefe de Estado, Felipe VI. Y hablo de los famosos aplausos de Podemos. Qué
aburrimiento, de verdad. Llevan con el análisis de las palmitas, más suaves,
menos suaves, cinco días. Lo del vestido de la reina e hijas, para otro día. Ah,
y en todas las tertulias, sin excepción.
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