Maestros de la impostura
(Artículo publicado el domingo, 16 de febrero, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
No aspiro a
tanto, pero esta columna, cada cierto tiempo, es decir, cada vez que TVE abre el taller, aspira a convertirse en el
artículo anual contra Maestros de la
costura igual que Manuel Vicent
escribía su artículo anual contra la feria de toros de Madrid. No tengo el
chichi para tanto farolillo, así que no tengo la paciencia y el humor para ver
y escuchar las imposturas de los señores costureros, que se ponen divinos con
sus redichas reprimendas y sus afectadas poses. No trago a Lorenzo Caprile, el caporal. Y no me creo al otro, al palomo de
España, don Alejandro Gómez. Fíjense
lo que les digo hablando de este señor. En Maestros
de la costura me resulta intragable, pero lo vi desubicado en otro programa
que no es el de Raquel Sánchez Silva,
monísima, y hasta me moló. Lo vi sentado en el sofá de Sánchez y Carbonell en La 2, lo de Elena Sánchez y Pablo
Carbonell la noche de los jueves, y me pareció hasta interesante, sin tanta
tontería encima, sin tanta impostura, y así enlazo con el titular. Podrán
decirme, y quizá con razón, que la tele tiene mucho de impostura, y sí, llevan
razón, pero resulta que a estas alturas de mi vida de espectador estoy hasta un
calentón racial y ultra de Cayetana
Álvarez de Toledo, la que le dicta al oído de Casado que la verdad viene de
la diestra más siniestra, y no aguanto tonterías. Ni pamemas. O mamandurrias,
que puso en órbita Esperanza Aguirre,
que no se anda con imposturas aunque lo suyo es fingir, hervir, mentir, huir con
sus ranas y sus cositas. La tele es impostura o no es. Ahí dentro cada cual
interpreta a un personaje, a su personaje. El conflicto llega cuando uno, la
persona que se pone a consumir lo que echa la pantalla, se distancia, se
desdobla y en vez de tragarse el cuento ve los entresijos, las bambalinas. Es
como cuando estás sobre el escenario, eres la gran Lola Herrera, estás metida hasta el corvejón en el personaje de
Carmen Sotillo en las Cincos horas con
Mario de Delibes y suena en el
patio de butacas un puto móvil. Claro que ese brutal y bárbaro sonido te saca
del personaje, te lleva de la ficción a la realidad y mandas a tomar por caso
al cadáver de tu marido, al teatro, y a la maleducada señora que no apagó el
cacharro. Pues con la tele, igual. Creo que lo he dicho aquí alguna vez. Ya no
puedo ver como si tal cosa a Antonio
García Ferreras porque sólo estoy pendiente de las veces que dice la hora
en un minuto. O sea, todo el andamiaje se me viene abajo y sólo veo impostura, tics,
afectación.
El niño polla
¿Han visto el
anuncio de no sé qué marca de telefonía donde se ve a una impostada y excitada Carmen Lomana diciendo no sé qué de
gigas y cuotas, diciéndolo como sólo ella, y las que llevan los morros hasta el
culo de potingues inyectados como ella, lo dice, es decir, sin que se le
entienda una mierda? La momificada celebridad apenas mueve el pico –imposible
hacerlo con tal cantidad de fango infiltrado-, pero ahí anda, incluso de opinante
en Todo es mentira. Hay presencias
que uno, por más que se relaje el esfínter, la sístole y la diástole, el alfa y
el omega, la luz del día y la tiniebla de la noche, el coronavirus y el
antídoto, por más que, pecador, lo mismo peca el Pablo Casado de la barba que el Pablo Casado rasurado, por más que Ciudadanos,
con Inés Arrimadas y su vocecita de
niña repelente, y el PP, sumen España, o resten Alemania, hay presencias en la
tele que uno no sólo no entiende sino que uno, y trino, trina de coraje y se
pregunta por qué, madre mía de mi vida, por qué está ahí, qué me importa y qué
me aporta lo que pueda opinar la doña esta. Una sola Lomana es como tres
vagones de bovinos, caninos, arácnidos, o como un empacho de Bertines con los
huevos fuera recibiendo a destajo a todos los ultras de la derecha patria para
zamparse unos torreznos haciendo chistes de mariquitas y de moros y de tías,
eso sí, de tías medio nazis en su feminismo radical. Una sola Lomana tendría
que nacer mil veces para alcanzar la descacharrante y provocadora naturalidad
de Jordi, conocido como “El niño
polla”, que se sienta de nuevo en La
resistencia de Movistar, en #0, y cuando es preguntado por las veces que
tiene sexo al mes responde que 30 o más. Lógico siendo actor porno. También
cuenta que en España lo de mantener sexo en la calle no está tan perseguido
como en otros países, y que una vez, grabando una peli, llegó un policía y “me
pilló con todo dentro” y el hombre me dijo que me fuera un poco más allá y así,
en el límite entre Barcelona y Hospitalet, al no ser jurisdicción suya, no
tendría que multarme ni hacer nada. Hala, Carmen Lomana, ahora háblale de gigas
y de cuotas sin pestañear al Niño polla.
El amiguete
No sé si he
contado alguna vez, tal vez sí, cómo Santiago
Segura me resulta falso, un señor que tiene al menos dos caras. Una, cuando
está solito, cuando no hay cámaras ni gente que reclame al personaje, y otra
cuando está ante el público. Fue en Lorca, en su Primavera de Cine. El tipo
venía como invitado, o ayudando como presentador. Da igual. Sentado aparte, con
cara de malas pulgas, lo que viene siendo un malafollá en Granada y en el mundo
mundial, creó una barrera no digo con los clientes del hotel donde nos
alojábamos, que uno podía entender por aquello de no ser un mono de feria –que
no era el caso pues la gente fue muy respetuosa-, digo con la organización.
Sacó el cuello de jirafa que mira por encima del hombro con exigencias de
estrella estúpida, con deseos de preñada fatua, y así hasta el día de “su
actuación”. Con cara de acelga detrás de las cortinas, sin empatía, salió al
escenario con sus dedos en uve y una sonrisa que ya, y para siempre, vi muerta,
impostada, como un simple trabajador de la mentira, así que lo de amiguetes y
otros hueros chistecitos, para quien se los crea. Sé de lo que hablo y no, no
me lo creo cuando lo veo en El hormiguero
haciéndose el graciosillo porque sé que, segundos antes, habrá abrillantado su
gesto hosco y mala hostia cuando alguien del programa, por educación, y que no
sea Pablo Motos, se haya dirigido a
él. Cansinos, nen.
La chispa
Carlos Areces
Si te pones a
ver los miércoles en Telecinco El pueblo
–aunque no se lo crean, la cadena a veces emite cosas que no sus porquerías
habituales- notarás que no están ante la serie de tu vida, vale, pero tampoco
lo pretende. Protagonizada por Carlos Areces, El pueblo, que lleva la firma reconocible de Alberto Caballero –La que se avecina, y por ahí- trata de
retratar con humor el choque entre urbanitas y rurales. Se puede ver, o no, y
no pasa nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario