Alaska y Alaska
(Artículo publicado el jueves, 26 de febrero, en diarios de EPI PRESS)
Viendo
el programa me pregunté lo mismo que me pregunté sin verlo. Viendo el lunes el
estreno en La 1 de Alaska y Segura me
pregunté lo mismo que me pregunté antes de ver el programa. Me pregunté qué
coño pinta Santiago Segura en Alaska y Segura, el programa de
madrugada de La 1. Lo malo no es eso. A quién le importa lo que yo me pregunte.
Lo malo, lo peor es que viendo el estreno tuve algo más que una sensación. Lo
malo es que el mismísimo Santiago Segura parecía preguntarse qué pinto yo aquí. Estaba, lo encontré, fuera
de lugar. El señor Segura es fachada. Nunca me lo creo. No me creo que sea
simpático, es más, creo que tiene una mala hostia del carajo, y creo que él
mismo se pregunta por qué se espera de él que haga gracia. No la tiene, pero montó
su rollo sobre un gran fingimiento.
Sus
gestos, repetidos como una muñeca automática -sonrisa congelada y dedo índice
señalando a cámara-, son falsos y me sacan de quicio. De nuevo fue Alaska la que sorprendió. Es la que
domina y templa, la que lleva el guión. Por lo demás, Alaska y Segura es un buen programa para la televisión pública. Me
gustó mucho la visita de Carmen Maura
y me gustaron las cosas que dijo, una mujer que no quiere ser cínica y conforme
cumple años, libre y controlado el ego, dice lo que le da la gana. No me gustó
nada la intervención de David Delfín
porque no lo pillé. Me gustó mucho la actuación de Carlos Jean y Najwa Nimri.
No me gustó la tertulia sobre los Oscar, una reunión de egos casi ordinarios,
aunque me gustó mucho Jordi Costa,
inteligente y sereno.
Sus gestos, repetidos como una muñeca automática -sonrisa congelada y dedo índice señalando a cámara-, son falsos y me sacan de quicio. Acabada la foto, se acabó el teatro. Santiago Segura vuelve a su cara de mala ostia. No lo soporto. Y lo peor, ¿qué aportó al programa? Nada. Estaba como un concursante de Mujeres y hombres en una conferencia sobre la Escuela de Atenas. . |
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