lunes, 12 de mayo de 2014

Maldeojos. Dilo, hazlo, no pasa nada



Dilo, hazlo, no pasa nada
(Artículo publicado el domingo, 11 de mayo, en diarios de EPI PRESS)

      No es casual que algunas cosas pasen cuando pasan. Hace un par de semanas pillamos un poquito de sofoco cuando los informativos y las tertulias, o mejor dicho, algunos informativos y algunas tertulias, nos entresacaron el cerebro de una tal Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, en forma de titular, que enseguida saltó a la fama por su pestilente contundencia, aquello de que a los jóvenes sin cualificación, “que no sirven para nada”, habría que bajarles el salario mínimo. La señora Oriol tiene la lengua muy larga y la decencia cortísima porque la pájara olvidó que para decir ciertas cosas hay que tener el currículo limpio, y si ella habla de gente que no sirve para nada, ella era la presidenta de Seguriber, empresa encargada de la seguridad exterior del Madrid Arena cuando se produjeron las muertes de cinco jóvenes. Susana Griso, que cada cierto tiempo nos da una gratísima sorpresa, y lleva meses ganando puestos en el ranquin de periodistas tocapelotas, invitó a madame Mónica a Espejo público y, ya que Miriam Clegg, esposa del vice primer ministro británico, Nick Clegg, española ella, había dicho que los hombres que cuidan a sus hijos tienen “more cojones”, momento que irrumpió en todos los informativos y tertulias, la presentó como “una mujer a la que no le importa tocar los cojones”. Con un par. De ovarios, señora Griso. ¿Es un exceso verbal, para un magacín de mañana, que su presentadora estrella y no un colaborador hable en esos términos? ¿Es una degradación del buen gusto? ¿Entiende el espectador este tipo de términos, sabe encajarlos, y los acepta con naturalidad, interpretando el hecho no como una cuestión moral sino como un enriquecimiento del mensaje que se quiere emitir? Yo creo que sí, y que sí porque el “cojones” de Miriam y el cojones de Susana no son latigazos de vulgaridad sino preciso uso del lenguaje que, no olvidemos, su primer objetivo es comunicar, y un cojones a tiempo explica y enfatiza la idea. Pero esto se puede decir hoy sin que nadie, salvo extemporáneas ganas de atención, coja el rosario y se plante a la puerta del plató a rezar por la boca impura de la malhablada. 
 
Esta menda, Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, soltó lo que ahora se puede decir porque el Gobierno ha ido preparando el terreno para que apenas pase nada. Más trabajo, menos salario, más deberes, menos derechos, más sometidos, menos combatientes. Un panorama perfecto que se acerca al ideal empresarial, trabajar por un plato de lentejas -si acaso- y agradecidos. Esta pájara ni siquiera esperaba el ruido que armó. Está convencida de que ahora se puede decir... y no pasa nada.

El aguacate de Báñez

      Estos hechos aceptados, asumidos con naturalidad, se producen porque pueden, porque pasan cuando pueden pasar. Levante-EMV publicaba hace unas fechas una noticia de las que tienes que leer varias veces porque no acabas de entenderla, quizá porque lo que pasa es que no quieres entenderla. Decía que alguien, un trabajador, un inmigrante en la comarca de la Ribera, cobró 65 euros después de 10 días de trabajo. Ese trabajador, en manos de una empresa de trabajo temporal -¿será de mala educación llamar a esa mafia mafia, será un exceso decir que son unos hijos de perra?- dejó de ser un obrero para convertirse en un esclavo. Pero esto ocurre porque puede ocurrir. La administración, según algunos sindicatos, está enterada de estos abusos punibles, de esta desvergüenza que nos hunde como sociedad, pero a la administración, que no es nadie, que no tiene cara, se va de parranda, mira para otro lado, y se la casca -¿es de mal gusto usar una palabra tan vulgar para hablar de nuestro entramado estatal?-. Si la administración no se da por enterada, el problema no existe. Es lo que hace la delirante Fátima Báñez, y lo que viene haciendo el Gobierno del que forma parte. Han comprobado que escriben el día a día al margen de la realidad, que se aprovechan de la desesperanza y el dolor y el sufrimiento y la vergüenza de ser pobres, y del silencio de mucha gente, para hablar de acelerón económico, de que somos el país de Europa que más trabajo crea, es decir, que a la devota católica, que confía en el poder de sus vírgenes, le importa una mierda que haya millones de familias en donde todos están en paro y nadie recibe una puta ayuda. Y no pasa nada. A la señora la sacan de vez en cuando, le plantan un micrófono y una cámara, y no responde a nada de lo que se le pregunta, pero larga lo que le sale del aguacate –fue Pilar Bardem quien me habló de esa delicia de fruta tropical como sustituto fino de lo otro, así que ministra tan inepta e indecente es de las que no dan ninguna explicación porque no le sale del conejo, que yo soy de pueblo-.
 
Esta otra lumbrera es nada menos que ministra aunque dice paridas de mucho peso cada vez que abre la piquera. La señora es ministra de Empleo, pero confía en una estatua llamada Rocío para que vuelva el trabajo a España. Y no pasa nada. Nadie la quitó de en medio. Incluso hay empresarios, y seguro que votantes de su partido, que la siguen tomando en serio.

En su puta vida

      Esa es otra. Nuestros asalariados –rey, presidente, ministros, clérigos, alcaldes, jueces, concejales- creen que pueden jugar con nosotros y darnos de lado sin dar explicaciones cuando algo les afecta, por supuesto de su labor pública, y entonces vemos escenas que nos recuerdan a los mortecinos programas rosa con los reporteros persiguiendo al político. Lo decía Jordi Évole después de haber intentado por todos los medios que el PP, alguien del partido, hablara en Salvados de la Ley de Dependencia. Hasta Jorge Moragas, del gabinete de Mariano Rajoy, le colgó el teléfono. Estoy harto de que nos ninguneen, dijo luego Évole. ¿Pero pasa algo? No. Eso está claro. Es el mundo al revés. Es el político el que decide vender su moto a los medios, pero si los medios deciden hacer su labor, y preguntan, y repreguntan, e investigan y quieren respuestas de esos a los que les pagamos su sueldo porque tienen un contrato con el ciudadano, el político se retuerce, se escabulle, se hace el sordo, y nos ningunea. Porque puede. Porque no pasa nada. Y ellos lo saben. Sus actos de desapego y chulería pueden tener unos días de lío en los medios, de vocerío en las tertulias, pero no graves consecuencias para su futuro. En mi puta vida he cobrado un sobre, decía en los pasillos del Congreso Soraya Sáez de Santamaría, la vicepresidenta del Gobierno –huy, qué fuerte, eso es estar cabreada-. A mí me gustó. ¿Saben cómo trató la noticia el informativo de Matías Prats y Mónica Carrillo? De chiste. Más pazguatos que una salesiana. La narradora omitió lo de puta diciendo que la vicepresidenta había dicho que “En mi mmmm vida he cobrado un sobre”. ¿Mmmmm? Así lo dijo. Y quedaron peor que el presidente madrileño Ignacio González encasquetándole una medalla a Rouco Varela “por su talla intelectual y moral”. Con un par de mmmm. Ustedes ya me entienden. Y no pasa nada.

Tampoco pasa nada cuando el presidente de una comunidad, y no de vecinos, condecora a un elemento como el grajo ensotanado de la foto por su "talla intelectual y moral" -¿talla intelectual y moral un clérigo que emite veneno cada vez que habla?-. Vivimos en un país aconfesional. Pero estas tonterías se las pasan por el oremus. Pueden. Lo hacen. Saben que no pasa nada.


La guinda
Todo sobre Gabo
El miércoles, Saber y ganar dedicó un especial a Gabriel García Márquez. Fue un programa  evocador, ameno, pedagógico, instructivo. Las preguntas giraron en torno a al mago de la palabra, y por supuesto a su obra, a sus personajes míticos, a su mundo. Sin variar el esquema, sin alterar el funcionamiento de Jordi Hurtado, el presentador que nos enterrará a todos, Saber y ganar se llenó de un aire que parecía nuevo.

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