Alberto Garzón
(Artículo publicado el sábado, 30 de marzo, en diarios del grupo Prensa Ibérica)
Me estoy
aficionando a Los desayunos de La 1,
y no sólo porque sin aquel insoportable Sergio
Martín, indigesto con una pronunciación parecida a la de otro cantamañanas
como Javier Cárdenas, el formato que
ahora presenta Xavier Fortes, que
pone rigor y frescura a sus entrevistas, ha levantado el vuelo de la
credibilidad sino por algo ajeno al programa, a sus contenidos, a sus
invitados, a sus tertulianos. Resulta que la tele de tres al cuarto que tengo
en la cocina sólo me permite ver dos canales, La 1 y La 2, sin más, y eso que
hasta el antenista estuvo en casa, pero me costaba más el collar que el perro.
Y como esa tele es de uso exclusivo a la hora del desayuno ni lo pensé. Que se
quede así. Es decir, no tengo más remedio que ver Los desayunos a la hora del desayuno. Pasó el viernes Alberto Garzón, líder de Izquierda
Unida y cabeza de lista por Málaga.
De
siempre me pareció uno de los políticos más sensatos, con un mensaje firme pero
sin levantar la voz, sin sobreactuaciones, pedagógico pero sin resultar
arrogante. Total, que uno de los tertulianos, escorado a la derecha mediática
–no recuerdo el nombre- le hizo una pregunta de las consideradas incómodas, de
esas que o no se responden, se esquivan o dan lugar a disertaciones sobre la
oportunidad o no de dicha cuestión. Pablo
Iglesias, de Podemos, socio de Izquierda Unida, es maestro en eso de
repartir carnés de buen o mal periodista, con rapapolvo o caramelo, según. Ante
la pregunta del tertuliano de Los
desayunos, y con humor, alguien comentó que podría hacer un Josep Borrel –qué bien estuvo el
periodista alemán diciéndole al ministro que él no estaba allí “para hacerle
las preguntas que usted quiera”-, pero no, Garzón respondió, como tiene que
ser. Buen tipo.
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