Chicote
trucu trucu
(Artículo publicado el domingo, 2 de diciembre, en diarios del grupo EPI PRESS)
Dijo Andréu Buenafuente, que de tele
entiende un rato, un rato más grande que el arrogante y melindroso Javier Cárdenas, que anda en líos
judiciales con un portal de información televisiva para que no pueda informar
sobre él, que uno de los grandes descubrimientos de la tele de los últimos años
es Alberto Chicote. Tal vez sea así.
En el fondo yo también lo creo, lo que me ocurre es que tantos años mirando la
pantalla para ver qué hacen, qué dicen, y cómo lo hacen y cómo lo dicen los que
a ella se asoman me ha creado un callo más grande que la boca de Pablo Aznarín Pasado, que ni con lejía
es capaz de enjuagar sus comentarios llenos de odio –los inmigrantes matan
carneros en casa, dijo en Granada sin que temblara la Alhambra y ésta, abatida,
cayera hasta amontonarse en el Paseo de los Tristes, tratando de estigmatizar a
los musulmanes por el mero hecho de serlo, insensato, loco, trepidante escalador
de la montaña donde anida la derecha más extrema y zafia-. Es verdad que
Alberto Chicote ha llegado a la tele para quedarse porque lo que toca lo
convierte en oro, en polvillo de éxito, y ha hecho del comer y sus alrededores
un referente del entretenimiento con ambiciones de espectáculo o denuncia, o
ambas cosas, desde Pesadilla en la cocina
al último y buen producto de La Sexta, ¿Te
lo vas a comer?, echándole el guante a menús de residencias para ancianos,
hospitales públicos, empresa de comidas para llevar, o fiestas populares. Es
verdad que Alberto Chicote llegó sin los tics del resabiado presentador que se
las sabe todas, y quizá eso, su frescura, sus maneras de pequeño salvaje –un
poco al estilo del primer Frank Cuesta,
antes de que se le volara el coco y se convirtiera en un chulito de barrio,
engreído y maleducado-, su naturalidad, a veces un poco forzada, es verdad, lo
han convertido en el personaje que es hoy, entrañable e imitable.
España
directo
Lo sabe bien el
inefable Raúl Pérez, que en el plató
de Late Motiv, en 0#, erigió, junto
al original, un monumento, otro, a la hilaridad, al despiporre, a la excelente
televisión, al humor más disparatado, cantando a dúo el Pim pam, trucu trucu,
un montaje realizado con expresiones del cocinero como reacción a algún
desastre en fogones visitados. No sé si Alberto Chicote será uno de los grandes
descubrimientos de la tele de los últimos años, tal vez sí, pero de lo que sí
estoy seguro es de que Alberto Chicote ha encajado en el espíritu de La Sexta
como lo ha hecho, desde que se fue de Cuatro, Jesús Cintora, que el miércoles estrenaba Carretera y manta dispuesto a hablar, como hizo con su camión-plató
en Vigo, de los trabajos de mierda, de los “mierda jobs”, donde las llamadas
trabajadoras del frío, que arreglan pescado para congelar en ambientes que
superan los 13 grados bajo cero, sufren no sólo sueldos de miseria sino trato degradante
con jefes de empresas de un sector que acaba el año con más de 4.000 millones
de beneficios. Ante las cámaras, estas mujeres, que viven su día laboral como
si fuesen esclavas, sacaron una tarjeta roja con la que hicieron un sonoro pim
pam, trucu trucu. Esta semana, además, se ha salpimentado con la ya tradicional
mala educación del diputado del PP Ramón
Moreno a cuenta de su incontenible rabia por el cambio en RTVE –el menda no
ha aceptado las civilizadas disculpas de la administradora de la casa, a la que
ha comparado en su tercera comparecencia en el Congreso con Gabriel Rufián, el hooligan de ERC-. ¿Y
si Rosa María Mateo fuese la Alberto
Chicote de RTVE y con su mirada de afear conductas de políticos bocazas
estuviera trucu trucu sin cesar y en los meses que lleva su real culo sentado
en el despacho estuviera a punto de darle la vuelta al calcetín del área
pestosa, manoseada, manipulada, descocada, servil adiestrada y autodestructiva
de informativos? Lo digo porque no sólo en las evidencias–Telediario, Desayunos con
Xabier Fortes- se ha notado el nuevo
aire sino que la ola está alcanzando espacios anquilosados en su ridícula
torpeza como España directo, al que han llegado Diego Losada y Ana Ibáñez
dándole un aire que mira más a Más vale
tarde que a Andalucía directo, Madrid directo, Murcia directo, o Baleares
directo, se llamen así o no este tipo de formatos autonómicos.
Duque
consorte
Y sin salir de
La 1, y según intuyo, mucho pim pam y poco trucu trucu hay en esta tercera
edición de Masterchef, que cerró la
cocina hace una semana y ganó la nadadora Ona
Carbonell, que dicen que practicó “esferificaciones”, licuaciones,
reducciones, humidificaciones y deconstrucciones de todo tipo en los talleres
de Ferrán Adriá para saber más que sus
colegas, edición que ha perdido fuelle con respecto a las anteriores. Es
lógico. Es cierto que Masterchef aún
genera interés, y que junto a OT se enfrenta sin bajar la cabeza a Gran Marrano, pero llega un momento, como
a mí me llegó, que veo a un concursante sudar, cortarse, trasegar una carne, y
a Jordi Cruz poner cara de pocos
amigos, y repetir una y otra vez lo que tenga que repetir, que les digo, les
dije hace ya algunas ediciones, anda y que os den pim pam trucu trucu. En
palabras de la cantante Mónica Naranjo,
aunque referidas a lo que ella conoce –jurada de la anterior edición de Operación Triunfo- Masterchef es un coñazo. La cantante ha dicho que esta edición de
triunfitos resulta un programa “rancio, y un coñazo”. Ahora entiendo por qué no
sigo ni a uno ni a otro. Supongo que la duquesita Cayetana Martínez de Irujo, retirada de la tele hace años, podría
ser una cocinera “celebrity” de primera, pero no, ha preferido volver a la
pantalla de la mano de Jesús Calleja
en Volando voy, cosa discreta,
pero al final la ha liado en las esferas
aristocráticas diciendo que el marido de su madre, el ex cura, y un poquito
gay, según comentarios de época, don Jesús
Aguirre, era más malo que el sebo, “lo peor, podría ser muy culto, pero era
cero humano, muy malo”. Esto sí que es un pim pam, trucu trucu en toda la cara,
duque consorte. Amén.
La guinda
Carlitos
dice adiós
Decir Carlitos
en España es decir Carlos Alcántara, el niño de Cuéntame cómo pasó que el jueves dijo adiós a la serie. Diego Gómez
se puso con 7 años ante las cámaras de una de las mejores ficciones españolas y
se marchó con 24 esta semana. Él y su personaje nos han llevado durante 348
entregas por la España que arrancó en blanco y negro a la de nuestros días, o
casi. Diego Gómez ha crecido como uno más de la familia. Suerte.
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