sábado, 10 de agosto de 2013

Maldeojos. Trastornada



(Esta columna se publicó en los diarios de Editorial Prensa Ibérica el día 30 de julio)

Trastornada

      Ya estamos, decía Kiko Hernández cuando la escritora empezó otra vez a lloriquear en el momento en que su versión de los hechos no sólo no era compartida por el corro de feroces busca sangre sino que la acosaban por contrato, lo normal en ese mar de cerco firmado. Terelu Campos hacía las veces de guardiana inmisericorde y ofrecía sus acogedores manos a la escritora, que se dejaba mimar por la serpiente, que en esta función gana un poco más que el resto porque es la que lleva el pinganillo con órdenes de ataque, retirada, calma, caricia, o a degüello. La escritora aprieta con tanta fuerza a la mamá serpiente que ésta ha de levantarse, quitarse los anillos porque la escritora le aprieta las manos como una condenada, y cuando la tiene a un palmo de sus narices, con un murmullo atroz de buitres de fondo, le dice que no puede más, que abandona el plató y que si alguien cree que está actuando, que la contrate Amenábar.

      La mamá serpiente, arrodillada ante la escritora, le pedía que respirara hondo, que se tranquilizara, que no le gustaba verla así porque la admiraba, pero la escritora, autista, volada, insistía en que tenía que irse, que reconocía haberse equivocado, que todo estaba siendo demasiado duro, que la dejara marcharse. No puedes, querida, contestó la bicha en un último esfuerzo por elevar el tono dramático de la cansina y patética escena. ¿Por? Has firmado hora y media con Sálvame para compensar tu salida del campamento si no quieres perder tu dinero, así que te queda más de media hora. Toma, Lucía Extebarría

Después del lloriqueo vino el gran momento, el intercambio de bragas entre la Premio Planeta y la mamá serpiente. Creo que fue ese día. Pero me da igual que fuera otro. Me importa una mierda.

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