viernes, 31 de octubre de 2014

Maldeojos. Teresa, el ébola, y la tele



Teresa, el ébola, y la tele
 (Artículo publicado el domingo, 26 de octubre, en diarios de EPI PRESS)

      A estas alturas del mes Teresa Romero se recupera como una campeona. Es el primer caso de infección de ébola producido no sólo en España sino en Europa fuera de África. Los efectos del virus, letal, los conocemos. Pero desde el minuto uno se produjeron otros no tan cuantificables que afectan a la dignidad, a la decencia, a la empatía, y que saltaron a las pantallas de nuestros televisores, e irrumpieron en el salón de casa como el virus que produce el periodismo cuando éste se encabrona, se pudre, y en vez de servir al ciudadano sirve a intereses espurios con amaños que parecen increíbles. El día 6 de este mes la enfermera Teresa Romero entró en el hospital Carlos III de Madrid, donde se confirmó que sí, que tenía el virus. Las televisiones tenían un nuevo juguete con el que llenar horas sin descanso. Todo el mundo miró a quien tenía que mirar, a la máxima autoridad sanitaria de nuestro país, porque todo el mundo necesitaba información, es decir, todo el mundo tenía miedo y la única que podía calmarlo era la ministra de Sanidad. Y en efecto. Apareció aquella tarde aciaga Ana Mato. Y provocó el espanto. Esta señora no tiene ni puta idea de nada. No sabe nada. Es una inepta. Es incompetente con glotonería. Se le dijo de todo porque la señora del confeti y del Jaguar no dijo nada. Pero aún tenía que entrar en juego otro elemento que elevaría la historia de la enfermera a categoría de persecución despiadada. En vez de ser la heroína que desde la calle casi todos veíamos, el consejero de Sanidad madrileño, Javier Rodríguez, vio en ella la diana perfecta para escabullir el bulto de la improvisación, del desmantelamiento del propio hospital Carlos III –el PP ha salvado la sanidad pública, decía con su proverbial cinismo Mariloli de Cospedal hace poco-, y de su propia desvergüenza e incapacidad. 
La ministra que intentó tranquilizar al personal y asustó hasta las ratas. Era el 6 de octubre, cuando supimos que Teresa Romero era la primera mujer que tenía ébola fuera de Europa, un regalo que nos hizo la señora Mato y nuestro gran líder, el presidente Mariano Rajoy trayendo a un infestado por el virus desde Liberia.


Ciegas putillas

Claro que volveré a cuidar a enfermos de ébola, le respondió Teresa a su marido, Javier Limón, cuando le preguntaba si volvería a hacerlo, sobre todo porque ya soy inmune y, además, es mi trabajo. Fue en una conversación telefónica permitida por los facultativos cuando la evolución de la infestada iba alcanzando la puerta triunfal de la victoria. Estos movimientos, estos datos, estos pequeños logros iban saltando a nuestras casas mientras el consejero, un ser anodino y desconocido hasta ahora, iba soltando sus escupitajos, los mismos que gangrenaban la opinión pública, disparaba las audiencias de las tertulias, y abrían informativos. Este orangután de la política llegó a sugerir que Teresa estaba así porque había mentido, que era una frescales que estando enferma se iba a la peluquería, y que era una cretina por no saber quitarse el traje infestado de bichos asesinos porque “para quitarse un traje no hace falta hacer un máster”. En fin, lo que ya sabemos. Pero aquí irrumpe de golpe el otro virus, el de los medios de la caverna mediática, esas voces, esas opiniones que, por mucho que uno trate de comprender, no puede asimilar porque van cargadas de bilis, de inhumanidad extrema. Las cadenas de los obispos, de radio y televisión, se han tirado, y ahí siguen, al pescuezo de Teresa como un lobo feroz se tira a la yugular de la víctima. Por las responsabilidades de la ministra o el consejero han pasado no de puntillas sino como putillas, mudas y ciegas, y bárbaras y con la braga en la mano, o sea, dispuestas a ofrecerse enteras, sin condiciones. El coordinador de informativos de la COPE dijo que por mucho protocolo que haya, por mucho traje que haya, si te tocas la cara te la tocas tú, no te la toca ni la que redactó el protocolo ni la ministra. Es decir, que la enferma es la única culpable de que en España esté danzando el virus. Dicho esto, Ángel Expósito bajó al infierno de los periodistas infames. No es un lugar solitario. Por allí anda en bolas, como en casa, Nacho Villa, director de la tele de Cospedal en Castilla-La Mancha, que no permitió hablar del ébola hasta que ya era más peligroso el virus de la censura que el de, al menos, consentir las ruedas de prensa oficiales. 

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Esta simpática presentadora de la tele de Cospedal en Castilla-La Mancha, dirigida por Nacho Villa, trató de burlarse de Teresa al "demostrar" lo fácil que es tocarse la cara e infestarse con el virus. Es esperpéntico todo, pero la tía no lo hizo como un chiste sino como periodismo de alto nivel.



Miserables
En la rama visual de la tele católica, en 13tv, se ha llegado al extremo de escuchar al pavo Alfonso Merlos, un jeta con cara y corazón de cemento armado, decir que ya está bien, que lo que había que hacer es “pedir explicaciones” a la enfermera para saber por qué hizo lo que hizo. Hay que ser malos, mala persona, para decir en un plató semejante insidia dejando caer la idea de que Teresa actuó siguiendo un plan premeditado. ¿Se puede llegar más lejos en el ranquin de los infames, de la opinión tóxica, del periodismo de trinchera más zafio y rastrero? Se puede. Este listado no es exhaustivo, ni mucho menos. Es sólo representativo del tratamiento informativo que algunos medios han ido dando y dan al caso de la primera mujer infestada por ébola en España. El resto, en este caso la mayoría, ha tratado el caso con respeto, indagando, explicando lo que, en un primer momento, las autoridades sanitarias eran incapaces de explicar, llevando a sus platós a virólogos, enfermeros, doctores, portavoces de las familias afectadas. Hay que decir que, en general, desde informativos a magacines como el de Susana Griso o Ana Rosa Quintana, que luchan con sus legítimas armas por la audiencia, manejan este asunto con prudencia y tacto. Sin exceso de alarmismo. Pero he dejado para el final la otra cara, la que ha servido de hilo a este texto. Entra en acción el hombre que se llevó la mañana de calle con sus chascarrillos y hoy apenas lo oyen cuatro nostálgicos en no sé qué lugar de las ondas. Señoras, señores, Federico Jiménez Losantos, el tipo que ha dicho que en la enfermedad de Teresa Romero va la penitencia por haber puesto en peligro a mucha gente. ¿En el pecado lleva la penitencia? La madre que lo pario. Ni siquiera El Gran Wyoming pudo hacer chistes con esta tropa, y para demostrarlo se fue al pico de la mesa, donde habló de chusma miserable. Temblad, malditos, Teresa Romero aún no ha hablado. Y lo hará, claro que lo hará. El marido ha empezado ya. 

Losantos, en su programa de esRadio
Miserables. Este tipo de gente es incapaz de tener la más mínima empatía, es capaz de decirle a una afectada de ébola que en pecado lleva la penitencia porque seguro que fue ella la que quiso infestarse para hacer daño a los responsables políticos. Ahora, cuando el juez Ruz cerca al PP con sus tejemanjes de caja B, entiende algunas cegueras de estos liberales económicos. Ja.


La guinda
Con fuerza
La historia de los almacenes Velvet regresó con fuerza a Antena 3 –más de 4 millones de espectadores- la noche del martes. A Miguel Ángel Muñoz, José Sacristán, Aitana Sánchez Gijón, o Adrián Lastra, se ha sumado Peter Vives y Ángela Molina, de la órbita de Bambú, la productora de esta serie que en su segunda temporada parece que apuesta aún más por la comedia y el romanticismo. La fórmula es infalible.

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