martes, 3 de mayo de 2016

Maldeojos. Sí, yo abrazo árboles



Sí, yo abrazo árboles
(Artículo publicado el domingo, 1 de mayo, en diarios de EPI PRESS)

     Tengo un pino, mi pino, al que abrazo cada día. No es una broma. Tampoco creo que sea una locura. Es un desahogo, una necesidad, un impulso que acaba dándome mucha paz. A veces, abrazando el tronco rugoso, de corteza endurecida, áspera, he llorado al notar mi piel contra su piel. No me hagan mucho caso, pero tengo la sensación de que mi energía se funde con la suya y las dos juntas, en un río invisible de torrente delicado, viajan a un centro de la tierra del que parte otro cauce más grande y potente capaz de llegar a rincones lejanos y alcanzar tierras que quisieras besar pero tanta lejanía te lo impide. Mi pino, sus raíces vivas, me llevan a donde yo no podría llegar sin coger un avión. Esto lo hago a diario desde hace un par de meses. Y me consuela. Y me alivia. El otro día, antes de la cena, vi en Aquí la tierra que existe la moda de abrazar árboles. Ya sé que eso no es de ahora, pero estas cosas van y vienen, y ahora parece que vienen de nuevo. Lo mío no es una moda. Creo que es una necesidad momentánea que se diluirá con el tiempo. Dice su presentador, Jacob Petrus  –La 1, antes del Telediario de la noche- que lo de abrazar árboles lo ha puesto de moda Juan Hierbas, que colabora con el programa en una sección breve, intensa, en la que explica el poder curativo, corporal y mental, de algunas hierbas, pero sin majaderías ni come cocos. Sin embargo yo creo que esa moda no es moda porque Juan Hierbas hable de los beneficios de abrazar en tus paseos campestres a los árboles con los que te topas. Y como las casualidades existen, la misma tarde que el programa habló de eso, un sonido me avisa de la entrada de un nuevo Whatsapp. Una amiga me envía un cuadro de la pintora Catrin Welz Stein, una imagen quizá cursi, donde se ve a una mujer que ya no sólo abraza a un árbol sino que parece ser el árbol. Y no, mi amiga no estaba viendo el programa.

Sin monsergas
Creo que fue en el primer programa de Quiero ser monja cuando sacaron a la madre de una aspirante a colega de Teresa de Jesús diciendo que ella tenía mucha fe en el poder de las piedras, que veía en ellas reflejos de santidad, quizá como lugares donde se aloja el poder que la divinidad. No sé. Una cosa es una cosa y otra desbarrar. Aquí la tierra tiene muchas cosas buenas, entre otras que nos pone en el camino del amor a la naturaleza, a sus animales y plantas, a sus ríos, a la forma de comer de manera saludable y respetuosa, pero sin monsergas, sin amenazas, y desde luego sin literaturas baratas que mezclan churras y merinas, y sin dedos acusadores desde el púlpito de la pantalla, al contrario, Aquí la tierra es una celebración, una fiesta, una diversión, un estímulo para celebrar que formamos parte de este maravilloso tinglado. A ver si no lo jodemos más de lo que ya está. Cada reportaje de Juan Carlos Carpintero, el que lleva la furgoneta verde con el logo del programa –se inició en el Telecupón de Telecinco, cuando a la pobre Carmen Sevilla le daban el fin de semana libre-, es un homenaje a la vida, y por eso rastrea en nuestros pueblos y costumbres. Los que firma Lucía Mbomio tienen el aroma de la amante de las historias, historias que conmueven protagonizadas por gente que tienen el orgullo de vivir  con modestia, pero sin el sobresalto de que alguien, algún día, le saque la vergüenza, si la hubiere, de salir en los papeles de Panamá. Algo así le contaba a Thais Villas una señora de “barrio pobre” cuando era preguntada si conocía a alguien que tuviera cuentas en paraísos fiscales, o si ella misma las tenía, a lo que la buena mujer respondía, con una sonrisa que avisaba de la respuesta, con un “huy, no tengo cuentas ni aquí”. Todos los reporteros de Aquí la tierra, en poco más de dos minutos, nos hablan de curiosidades, de trabajos en extinción, de rarezas gastronómicas, de destinos de ensueño, de gente honrada que ama lo que hace amando lo que le rodea.

Merkel y los niños
En la otra parte de esa balanza está un tal Alexander Ivanov, Ivan, que quiere salir dentro de dos semanas en cueros, sí, sí, con el lingote al aire, y rodeado de lobos, al escenario de Eurovisión, que se celebra en Estocolmo. Ni de coña. Por mucho que su representante diga que la actuación del pelanas simboliza “el delicado equilibrio entre el hombre y la naturaleza”, la verdad es la gana de traca, de armar ruido con la negativa. Ni van a dejar que el abraza lobos de pacotilla salga con el kalashnikov de punta ni van a dejar que saquen canes a escena porque los animales están prohibidos por las normas del festival. Por su parte, el intrépido periodista Nacho Medina, saltimbanqui de la información más arriesgada, representante del periodismo de hoguera y artificio, en su afán por el rigor, viaja a Holanda para conocer a Ed, un tipo que se corre vivo en cuanto ve unas faldas. Vale, no seamos como Nacho, no seamos sensacionalistas ni amarillos, Ed no se corre vivo así como así, lo hace por afán de perpetuidad. La tierra está llena de su río de semen. Hasta ahora, 108 hijos. Para Medina es “Sperminator”. Gran titular. Lloro de emoción. Snif. Todos buscamos o damos energía. Yo, decía, me abrazo a un pino. Los de Aquí la tierra indagan en la madre común. Los de Gran Hermano, como saben quienes siguen la mamarrachada, unos en otros. Dan lugar a una de les escenas más hipócritas y hueras de la televisión, la de cogerse las manitas en la escena del sofá. Y Angela Merkel protagonizando una de las imágenes más nauseabundas de los últimos años, la de abrazar a niños refugiados sirios en una habitación de atrezzo, toda pulcra, bien ventilada e iluminada, con críos sonrientes dibujando el mundo feliz que les han preparado en el campamento turco para que la jefa, es decir, el símbolo de Europa, muestre por televisión la misma cara que, con todas los matices, fabricaban los nazis cuando querían vender al mundo la bondad de los campos de concentración. Esa visita de Europa a Turquía es fruto de su mala conciencia. Da asco y bochorno. Es un ejemplo de energía negativa. Lo contrario al espíritu de Aquí la tierra.

La guinda
Deporte en b
Original y fascinante repaso a la cara menos conocida del deporte que dedicó en La Sexta el Salvados del equipo de Jordi Évole. El futbolista Juan Mata –delantero del Manchester United- dijo que gana una burrada, que vive en una burbuja, y que la vida real está fuera. La ex triatleta Virginia Berasategui que se dopó por inseguridad. Y Carolina Pascual, ex gimnasta, que lloró y pasó hambre. Es la otra cara del deporte.

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