miércoles, 16 de febrero de 2011

Una página de Detrás de la niebla




Detrás de la niebla
Cipriano Torres

Nada hacía presagiar que la repentina lluvia, tan inesperada en aquella época del año como inusual en la zona, se convirtiera en la señal que nadie, por entonces, supo interpretar. Llegaron al pueblo como siempre llegaban a otros lugares, convencidos de que en unas horas tendrían la declaración de más impacto y el desgarrador lamento de la viuda con los testimonios de los vecinos asegurando que se trataba de una familia normal. El equipo de reporteros era joven y dinámico. Pendientes del teléfono, el aparato celular era un miembro más de su organismo. Él, un chico de treinta años que parecía dormir cuando se colocaba la cámara sobre el hombro porque entornaba los ojos con la desgana del fatigado crónico y permanecía mudo y ausente mientras grababa. Y ella, una chica casi eléctrica acostumbrada a disimular su juventud con la audaz iniciativa de quien piensa que una reportera tiene derecho a burlar las normas de la educación para conseguir su propósito. Ambos se regían por una ley básica, no escrita pero conocida. Primero graba y después pregunta si se puede grabar. Primero mete el micrófono, y después ya veremos. Los dos estaban acostumbrados a resultados eficaces en el menor tiempo posible. Entrarían en la casa, graba ya, graba ya, diría la reportera en el instante en que alguien permitiera pasar adentro, y llegarían al lugar exacto en que el cuerpo del hombre se derrumbó con el cuchillo clavado en el corazón, un sofá empapado aún con su sangre. Señora, siéntese ahí, le sugerirían sin alternativa a la mujer tratando de recoger su erizada reacción, ese dolor tan televisivo de compartir el mismo escenario en el que un ser querido agonizó tan sólo hacía unas horas, quizá las  preguntas de la joven guiaran su mano hasta las manchas rojas, casi obligándola a acariciarlas con sus dedos y llenárselas con la sangre por la que lloraba. La dirección del programa les advirtió de que apenas habría tiempo de montar el reportaje porque esa misma noche, casi tal como llegara al estudio, se emitiría en directo. El valor testimonial de la exclusiva, la conmoción que causaría en la audiencia y los millones de espectadores adicionales que lograrían justificaban los posibles fallos de edición.
     Una llamada a la redacción... (continuará) 

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