Tortilla de
collejas
¿Tienes hambre?,
le preguntó Isolina Cordón surgiendo de la oscuridad, como si siempre hubiera
estado allí, perteneciendo a ella, sin hacer ruido, sin rostro /…/ Paco Canales dio un repullo que le
levantó la cabeza /…/ Sobre la mesa del comedor, tapada con una servilleta,
quedaba la mitad de una tortilla de collejas, un picado de tomate, y una
naranja. No la probó. Esas collejas no podían haber llegado a su casa más que
de una forma que se le atragantaba, porque Isolina no distinguía una colleja de
otra yerba, él no había salido a buscarlas desde que era un muchacho y, según
sus cálculos, sólo quedaba Jacinto el Capao /…/
La tortilla de
collejas era su juventud, sus amigos con bolsas de plástico rebuscando en las
tardes soleadas después de una mañana de lluvia, cuando parecían surgir
brillantes y untuosas entre el trigo o en las laderas de los balates,
magníficos rodales que se descubrían con gritos de alborozo y a los que se
acudía con la navaja preparada para hincarla en la tierra blanda y echarlas en
la bolsa con exclamaciones de codicia, Aquella tortilla de collejas era su
pasado /…/
El nombre de
esta entrada es el nombre de un capítulo de mi novela La gata negra, donde se cuentan las peripecias del amor de tormenta
entre los protagonistas frente a un friso de recuerdos del autor, unos
exagerados, otros, inventados, casi todos con un eco a vivencias colectivas.
Las collejas de la foto me recordaron a la tortilla de la novela. Esta maceta
está a la entrada de la casa, una maceta que dejé ahí, vacía, esperando el buen
tiempo para sembrar plantas de temporada. Cuando empezaron a brotar puntas
verdes en la tierra seca pensé que era yerba. Se hizo una masa densa y me gustó.
La dejé crecer. Y creció. Pero siendo yerba, era otra cosa. Son collejas, dijo
mi madre. Y las he dejado, aunque ya no puedo aguantarlas más porque, como los
espárragos, si suben mucho, no valen.
¿Que cómo se
hace la tortilla? Pues como cualquier tortilla de verdura. Primero hay que
limpiar las collejas a conciencia desbrozando las hojas menos tersas y
quitándoles la tierra, luego se les da un hervor para que se ablanden y pierdan
amargor, y se echa sal al gusto. Una vez pochadas, a la sartén, para marearlas
en un generoso chorreón de aceite de oliva virgen extra. Y poco más. A mí me
gusta echarle más huevos de la cuenta y dejarles el aceite de oliva porque
cuando la tortilla está hecha, el aceite que no precisa se queda tiñendo el
plato con un color verde que quita el sentío, mucho más si lo mojas con pan.
Ah, hay quien en el aceite echa un diente de ajo muy, muy picadito. Con un
picado de tomate al lado y una pieza de fruta tienes una cena de lujo, tal como
le puso Isolina Cordón a Paco Canales en la ficción de arriba.
Hasta hace nada creía que eran yerbas. Y lo son, pero comestibles, un manjar. |
Fresquitas, rociadas con las últimas lloviznas, las collejas están a punto de sartén. |
Pero que mala idea tienes, se nos va a hacer la boca agua con este excelente relato...
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