Para ti, recién
cortadas
Cuando críos,
podíamos seguir las novelas de la radio andando por la calle. Con las puertas
abiertas, era fácil escuchar los duros amores entre la bella y pobre, y el rico
que se quedó prendado de la muchacha que entró como criada a la casa de sus
padres. Cuando digo las puertas abiertas lo digo como suena. En el pueblo, las
puertas de las casas estaban abiertas. A todas horas. Incluso de noche, me ha
contado la familia. Quién iba a entrar para hacer daño a nadie. Recuerdo la
tibia luz de los interiores y recuerdo a las vecinas detrás de la ventana
preparando la cena, planchando ropa, o buscando algo en las diminutas y mal
abastecidas alacenas. Y luego, en verano, todo el mundo tomando el fresco en la
puerta de las casas mientras los jovenzuelos íbamos y veníamos de un juego a
otro, o de una gresca a otra con los del barrio más alejado del tuyo.
Hoy apenas se
sienta nadie a la puerta, y por supuesto nadie deja su casa abierta todo el
día. Un pueblo no es una ciudad, pero a veces también hay quien se ha llevado
sorpresas. Ya se recela un poco del desconocido que merodea por la calle y que
baja la cabeza cuando ve a alguien. Pero todavía no es dramático. A partir de
este tiempo no es raro que al abrir la cancela de tu casa y llegar a la puerta,
descorras la cortina y te encuentres una sorpresa recién cortada del campo. El
otro día fue una bolsa llena de lechugas. Lechugas verdes y lechugadas rizadas
de color morado. Alguien me las había dejado allí. Cuando retiré del pomo la
bolsa, olía a tierra, a planta recién arrancada, ese olor que jamás encontrarás
en nada que se compre en un supermercado.
Las lechugas
tenían ese aspecto untuoso que las hace tan apetitosas, frutos humildes que
sólo piden ser lavados un poquito, espolvoreados de sal, y untados con la
bendición de un chorro bueno de aceite virgen extra. Vamos, lo que toda la vida
le ha echado uno al tomate, a la patata cocida, o con lo que toda la vida se ha
comido uno los huevos, fritos con el aceite de los molinos del pueblo, cuando
ni sabíamos que aquello era aceite de oliva virgen extra. A partir de este
tiempo me encontraré en bolsas parecidas colgadas al pomo de la puerta los
primeros tomates, los pimientos, las judías y berenjenas, el perejil, los
duraznos cogidos esa misma tarde y llegados a tu casa sin tarjeta, sin firma.
Luego, al día siguiente, pondrás nombre, cara y darás las gracias a quien tú ya
sabes. El pueblo tiene sus inconvenientes, pero también sus ventajas.
Para la foto de
abajo sólo desbrocé un poco las lechugas, las coloqué en un frutero, y de ahí
las cojo para ponerlas en la mesa, servidas como requieren, sin mucha tontería.
Sin adornos, tal como quedaron las lechuguitas |
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