martes, 9 de abril de 2013

Sin salir de casa. 2.



El ataque de las abejas

     Ayer, escribiendo la historia de un viaje adolescente a Madrid para conocer a Sara Montiel, apenas me di cuenta de que la tarde caía demasiado deprisa. Pero no era eso. Levanté la vista del ordenador y me quedé paralizado. En mi vida había visto algo semejante. Al otro lado de la ventana una nube negra formada en apenas unos minutos iba y venía con un brío desconocido y un zumbido que atravesaba el doble cristal de la vivienda. Al principio me aterré, como cuando no comprendemos lo que está pasando. Luego, embelesado en aquella plaga bíblica, cuando descarté castigos de un dios sin ocupación de importancia, supe lo que estaba pasando en mi casa, en la terraza. Vivía una descomunal espantada, el viaje incierto de una comunidad en busca de mejor aposento, quizá la íntima y atroz revolución en un panal cercano, el levantamiento y la disidencia de una reina que decidió emigrar con sus fieles a otro territorio.

      Hasta que la reina no encontró el cobijo adecuado el trasiego sin descanso de la colmena iba manchando la cal con pelotones de cuerpos aleteando como soldados sin norte ni mando. Al fin, la reina encontró un lugar. El que menos me esperaba, el que jamás uno hubiera tomado como vivienda. Un cactus. Un cactus de finísimos pelillos que con sólo mirarlos se te clavan hasta en el cielo de la boca. Y entonces todo empezó a tener sentido de nuevo. Lo que era una revolución en toda regla se fue transformando en una densa amalgama de cuerpos que cubrieron en un instante el nuevo reino en el que, ellas, y sólo ellas, sabían dónde estaba la gran jefa. Bonito, pero uno no puede vivir con semejante batallón dispuesto a defender su territorio con armas que te derribarían sin que te diera tiempo a pedir ayuda. No quiero ni pensarlo.

     Había que hacer algo. Ya. Y llamé a quien hay que llamar. A un equipo de expertos apicultores que saben manejar los desmanes de díscolas reinas. Sin salir de casa, haciendo honor a esta serie de entradas, iba a vivir una emocionante película. Me imaginaba su llegada, ya entrada la noche, bajándose del coche con sus vestimentas herméticas, con caretas de rejilla fina cubriendo la cara, con artilugios mecánicos para deshacer la madeja liada con pasión de amante fogoso en el cactus enterrado en aquella pelota tan viva, y tal vez con mangueras de las que saldría un humo adormecedor para aturdir a insectos tan levantiscos. Uno, siempre, tan peliculero. Cuando llamaron al timbre, sabía que era el equipo. ¿Pero dónde están vuestras herramientas, vuestros monos protectores?, pregunté. Creo que ni me entendieron.

     Sin guantes, en ropa de calle, sin cacharros para echar humo, sin gafas para proteger los ojos. Nada. A pelo. Pidieron una linterna y que apagara las luces de la terraza para tener sólo un foco que las atraería concentrándolas en esa zona iluminada. En una caja de cartón abrieron un agujero minúsculo por el que metieron a la reina después de dar con ella toqueteando el mazacote de abejas que la protegían. Y de repente, como si un aspirador las succionara, miles de criaturas trataban de entrar por aquella abertura como si atravesaran un túnel que iba del cactus al nuevo panal. Mientras se iba produciendo aquel trasvase ordenado pero febril, de una energía que asustaba, me contaron que ellos no se dedican a la miel sino a la venta de abejas reina, a la venta de colonizadoras de nuevos panales. Pasadas las diez de la noche, boquiabierto, me despedí de ellos en la puerta de mi casa. Y sí, al entrar tuve una guerra furibunda con algunas despistadas que se habían quedado zumbando alrededor de las lámparas. Aunque si digo la verdad, yo creo que lo querían era rollo conmigo. Pero no tenía yo el chichi para tanto tábarro. 

Al principio

Calentando el aire de la tarde

La cosa se va poniendo fea

Ya tienen refugio

El cactus se va tapando

Lo han enterrado

Hay que localizar a la reina

Localizada la gran jefa

Empieza el trasvase

Miles de abejas entran por un minúsculo boquete a la caja

El zumbido es inquietante

Casi está lista la nueva colmena

Ha terminado el rescate. FInal feliz.

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