Amnesia
a la valenciana
Lo consiguieron.
Casi. En Valencia apenas se recuerda. En el resto del país, nada. Era 2006, año
en que los ojos del mundo miraban con envidia el milagro valenciano, venía a
decir con su habitual sentido de la mesura Rita
Barberá, la alcaldesa del pueblo. Era el año 2006, cuando “todo lo grande
pasa en Valencia, y yo sé por qué, decía Francisco
Camps, el presidente de la Comunidad, mirando arrobado al cielo. 2006 fue
el año en que Josep Ratzinger en
calidad de papa visitó la ciudad en donde corría el dinero como corren las
ratas cuando advierten el fuego, las ratas o los amiguitos del alma al olor del
saqueo. Pero en 2006, apenas unos días antes de visita tan comercial como
espiritual –perdón, que me da el ataque de asma y tengo que echar mano del
salbutamol, vale, del ventolín-, el metro de Valencia descarrila y mueren 43
personas -¿impertinentes?-.
Desde el minuto cero, la empresa y el Gobierno autonómico trabajaron no para aclarar el desastre sino para enterrarlo, como se olvida un objeto sin valor. Ni juicio hubo. En Les Corts se celebró un teatro de investigación, apuntado en su día por la oposición, a la que llamaron loca, y hoy confirmado por alguno de sus actores, que participó en la obra como se hacen estas cosas, ensayando respuestas adecuadas a posibles preguntas. El que fuera jefe de seguridad de Ferrocarriles de la Generalitat Valenciana, Arturo Rocher, lo certificó enseñando el guión de aquella pantomima. Los familiares de la tragedia, que se podía haber evitado, recibieron visitas cuasi mafiosas. Juan Cotino, figura destacada en la trama, protagonizó ante Jordi Évole momentos de tensa y esclarecedora cobardía política. Recuperen Los olvidados –Salvados, La Sexta-. Las víctimas lo merecen.
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