Canal
Moncloa
No teníamos
bastante, y parió La Moncloa. Con un canal propio. O parió Mariano, que se ha
fabricado un canal para que no perdamos detalle de lo que hace, dice, a quién
recibe, qué medallas pone, o qué besos da a sus ministras, por si TVE se
despista un día y deja al pueblo sin la amada actividad de Nuestro Timonel, que
se desvive por nuestra causa. He entrado en ese canal vía Youtube, ese saco
donde lo mismo te encuentras al mendrugo que se hace popular con un vídeo casero
dando mamporros a los gatos, la penúltima versión del Gangnam Style, o a Mariano Rajoy con la sonrisa del tío
que sabe moverse en cualquier circunstancia, lugar, y ocasión. Me encanta el
Rajoy de la tele monclovita. A él, seguro que también. No hay protestas, ni
añadidos, ni disidencias, ni vídeos manipulados, ni preguntas, ni el oponente
de turno tocándole el pelo.
El pelo. El
canal Moncloa emite un NO-DO a la semana, tiempo suficiente para ver la calidad
del teñido del presidente, o del presidente teñido. Una semana está en su
apogeo y su tupé de registrador de la propiedad luce negro como el azabache, o
como su alma impasible, y a las dos siguientes, humano, un chisporroteo de
canas asoma pidiendo a gritos que hagan algo. Aún así, con estas concesiones a
su probable, aunque no segura humanidad, Mariano Rajoy parece un estadista de
frenética actividad. Pisotea el jardín de palacio, sonríe con la mundanidad que
le caracteriza como anfitrión, sube de dos en dos la escalinata de la entrada,
se aturulla leyendo lo que le ponen, abre los ojos con el desnortado espanto
que conocemos, le hacen montajes con sus mejores momentos… Pues ni así
transmite confianza, ni seguridad, ni fe ni esperanza. Ni caridad. Ni piedad.
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