La gata negra
(Artículo pubklicado el martes, 22 de julio de 2017 en diarios de EPI pRESS)
Creía que La
gata negra sólo era el nombre de mi primera novela –perdonen el arrebato
personal-, pero resulta que me quedo sulfuroso y descuajaringado cuando en La Sexta Noticias veo y escucho un
reportaje en el que se habla de La gata negra, aunque no de mi novela, a pesar
de que en el titular escrito no hay duda, La gata negra. Y en efecto, para
ilustrar la información se ve en pantalla una gata, que es negra. Pero se trata
de una tradición popular que consiste en trasladar a una gata, por supuesto
negra, en un carro, soltarla después de un recorrido infernal de comparsas, y
ver qué dirección toma. Si es para un sitio –el bueno, o sea, la mies-, será
buen año. Si se pierde en dirección al
monte, la cosa apunta mal. Pero entre el traslado y las dos opciones, la gata
es arrojada como si fuera un pelele al público, que está a varios metros de
distancia.
Y aquí, con
razón, está el lío. Una gata no es el Toro de la Vega, pero también tiene su
pánico al verse rodeada de animales humanos. La bonita, entretenida, y secular
fiesta, de toda la vida, hunde sus uñas gatunas en el siglo XV. No quiero pensar lo que
sufrirían los felinos medievales cuando no existía el PACMA, el Partido
Animalista, y ni dios hablaba de maltrato animal, y ni siquiera aquellos brutos
sospecharían que algún día el mundo se dividiría en los que se divierten viendo
sufrir toros de lidia aguijoneados por unas herramientas de tortura llamadas
banderillas –y no son aceitunas y pepinillos bien ensartados con cebollita y
guindilla- hasta concluir la faena con una buena estocada en el lomo del animal
agonizante, y los que no entendemos y combatimos esa desmesura. La gata negra
se celebra en Voto, Cantabria. Me quedo con mi novela.
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